Se podría decir que pese al frío, con la lluvia amenazando siempre, no cabía nadie más durante la celebración de la Diada de Balears, que tuvo lugar ayer. Fueron tres frentes los que se llenaron. En primer lugar, la jornada de puertas abiertas del Consolat, visitado por numerosos ciudadanos quienes, acompañados por guías, pudieron recorrerlo desde la Porta Vella del Moll hasta la sala Capitular pasando por el jardín de Mercaderes, la capilla gótica, cuyos orígenes se remontan al siglo XVI, y la sala de Gabriel Alomar, a la que se accede por la escalera elíptica, sin dejar de lado la bonita colección de veleros o el busto del navegante Jaume Ferrer, entre otros elementos que forman parte del legado histórico de la Comunitat. Como también fueron bastantes los extranjeros -residentes y de paso- que visitaron el Consolat, la organización había dispuesto un grupo de guías que hablaban sus idiomas para que les acompañaran durante el recorrido.
En segundo lugar, estaba el mercadillo medieval, en el que en según que tramos había ciertas dificultades para moverse debido al numeroso público que los recorría. Unos, simplemente, curioseaban, otros tenían la intención de adquirir alguno de los variados productos que en los distintos tenderetes se exhibían, productos artesanales y de la tierra, de esta bendita tierra para ser exactos, entre los que se podían encontrar desde calcetines a sobrasadas y camaiots pasando por jabones, frutas varias, especias, colgantes, bisutería, cuadros bordados, vasijas de barro y de cristal, gorros, alguna que otra prenda de vestir, zapatos y zapatillas.
A todo ello, súmenle músicos, zancudos, animadors de carrer, además del cura Don Valentín y sus beatas, con las que volvió a arremeter contra la artista frivolona, el médico liberal y todo lo que fuera en contra de su forma de pensar, eso sin contar los soldados, criadas, barbero, serenos, vendedoras, senyor i senyora, contrabandista, fotógrafo, levantador de pesos, ..., que paseaban por el mercadillo y se encontraron, de pronto, con la aludida trifulca.
Gabriel Alomar