El pistoletazo de salida para la celebración el domingo 20 de febrero del referéndum sobre la Constitución europea ya está dado y nos esperan dos semanas de mítines, intervenciones televisivas y consejos por parte de unos y otros para que nos decidamos por el voto en un sentido o en el contrario. De entrada la cosa está poco clara para el ciudadano de a pie que no ha leído el texto constitucional -la inmensa mayoría-, pues los dos grandes partidos de este país piden el «sí» -a pesar de sus diferencias en muchos aspectos- y algunos nacionalistas y partidos más de izquierdas se decantan por el «no».
Por esta razón quizá los electores se dejen guiar por la orientación de los partidos a los que suelen votar, porque los mensajes son tan contradictorios que es difícil hacerse una idea clara de lo que pretende esta Constitución. Sus detractores dicen que consagra el liberalismo económico y que deja la puerta abierta al desmantelamiento del Estado del Bienestar, por cuanto podría promover la privatización de los servicios públicos. Los nacionalistas le achacan que no reconoce a los pueblos sin Estado, y la izquierda, que permite la reinstauración de la pena de muerte, aumenta el militarismo y olvida a los trabajadores y el medio ambiente. Sus defensores ven en ella la solución a todos los males.
En fin, que hay para todos los gustos. Al final lo que sí se percibe con claridad es que casi nadie sabe de qué va esto y nos encontramos a escasos días de la convocatoria sin que se haya dedicado tiempo y esfuerzo a divulgar el texto entre la población, con seriedad, con debates, para que el ciudadano vea los pros y los contras y no sólo las consignas publicitarias, las frases hechas y la superficie de un asunto que tiene mucho calado.