PEDRO PRIETO
Alegría a raudales en la oficina central de PIMEM, en Torre de
Mallorca. Y no era para menos. Les acababa de tocar el cuarto
premio del sorteo de Navidad, todo gracias a que ¡por fin! el
lotero de Santa Ponça, a quien desde hace años le compran la
lotería, les había dado el número 17275, el agraciado.
Así que, a nada que sonó ese número, comenzó a rodar el cava acompañado de gritos de alegría y de manos que se iban a la cabeza acompañadas de expresiones tales como «¡No puede ser!». Pues era. ¡Y tanto! No es que nadie se hubiera hecho millonario en aquella casa, pues quien más quien menos había comprado una, dos... a la sumo cinco papeletas, pero ¿a quién le amarga un dulce? «Como poco -decía una de las chicas que sólo llevaba una papeleta- nos ha arreglado la Navidad».
«Yo tan sólo llevo una papeleta -nos diría el gerente que no paraba de hacer cuentas con la ayuda de su calculadora- pero eso es suficiente para que esté feliz». No acertó a decir si alguien se había llevado algún pellizco importante en el reparto, «pues es pronto todavía, pero lo más probable es que alguno de los que entregamos un bloc de números para vender, seguro que se habrá quedado con bastantes papeletas... seguramente las que no haya podido vender, porque siempre pasa lo mismo: no las vendes todas y las que te quedan te las quedas tú».
PIMEM repartió entre sus afiliados alrededor del 90 por ciento del número agraciado en cuarto lugar que había adquirido al lotero de Santa Ponça, lo que representa dejar a diestro y siniestro tantos como 8,76 millones de euros, que no son pocos. De ahí la alegría que reinaba por doquier entre aquellas cuatro paredes, donde, «a pesar de que intentamos trabajar como si fuera un día cualquiera», comentó una chica abandonando su mesa, «... está claro que hoy no es un día cualquiera, y que todos nos sabrán entender».
A todo esto, la gente seguía llegando a la sede de PIMEM, unos alegres, porque sabían que tenían premio, y otros, sin saberlo, se enteraban allí. Bastaba con ver el panorama.