Desayuno a bordo con ensaïmada del Forn den Miquel de sa
Pelleteria. La segunda que nos comemos a lo largo de este viaje,
pues a una tercera se la regalamos a Edu y Mónica, de Las Retemas
(Ushuaia). Como las otras, es de cabello de ángel, «pues aguanta
más que las de nata y crema», nos dijo en Miquel al dárnoslas. En
esta ocasión también la compartimos en el comedor del «Ushuaia» con
los que gusten, y muy especialmente con nuestros compañeros de
mesa, el doctor, y Rolo y Enrique, dos radioaficionados de Ushuaia
a quienes les ha tocado el viaje a la Antártida en un sorteo,
gracias a lo cual ven hecha realidad la ilusión de cualquier
fueguino: viajar hasta el continente blanco. Rolo y Enrique tienen
intención, a nada que pongan los pies en Punta Portal, de sacar de
nuevo la bandera argentina y pasearla por la playa «o alrededor de
la pingüinera que nos encontremos». -Pues Manolo y yo, vamos a
hacer lo mismo con la nuestra-, les digo. Finalizado el desayuno,
regresamos al camarote a cambiarnos la ropa, digamos normal por la
polar. A través del ojo de buey descubro a lo lejos las cumbres
nevadas de nuestra siguiente parada. El día está claro y parece que
va a continuar así. Según me ha explicado un miembro del staff del
«Ushuaia», Punta Portal se encuentra en la costa oeste de la
península Antártica. En este lugar los ingleses establecieron en
1956 el Refugio de las Dependencias de Malvinas, que hace unos años
fue trasladado al museo de Malvinas en Port Stanley. Es, además, la
puerta de entrada hacia la meseta polar. ¿Ballenas? Las que vemos
son siempre a distancia y sólo durante escasos segundos. A ojo de
buen cubero, desde Mallorca a Punta Portal habrán alrededor de unos
15.000 kilómetros -bastantes más de los que pusimos en el cartel
(13.400) haciendo caso a alguien que nos pareció que lo sabía-, o
lo que es lo mismo: casi la mitad de media vuelta a la Tierra, lo
cual no es poco.
Para quien no ha nacido en Mallorca, en este caso yo, pero que vive
en la Isla desde que era un chaval, entre otras cosas porque se
siente a gusto y porque ha encontrado amigos y con el tiempo ha
formado una familia, y también porque es una tierra en la que están
enterrados sus padres que vivieron con él durante muchos años,
tierra que por otra parte se conoce como la palma de su mano por
haberla recorrido infinidad de veces, es un honor haber podido
colocar la enseña de todos los mallorquines en el mástil de proa
del barco que desde Ushuaia, la ciudad del fin del mundo, le ha
traído hasta más allá de los confines del mundo atravesando el
terrorífico Drake, y luego, junto al logo de lo que considera su
segunda casa desde hace 30 años, Ultima Hora, clavarla en la nieve
de la cima más alta del Puerto Portal antártico. Era algo que tenía
pensado hacer algún día, desde que el malogrado Guillermo Cryns le
propuso viajar con él hasta la Antártida en 1988, viaje que los
imponderables le impidieron realizar en aquella fecha. Pero, tarde
o temprano, casi todo llega. A decir verdad, de buena gana
hubiéramos dejado allí ambos símbolos, bandera y logo, pero el
Tratado de la Antártida impide que en este territorio se deposite
cualquier cosa que no sea de ella, aunque... ¿Lo cuento? ¡Venga,
sí; lo cuento!: dejamos la primera plana plastificada de nuestro
diario entre la nieve de aquella montaña. En realidad, la idea se
le ocurrió a mi compañero de viaje, Manuel Hernández. «Dejémosla
por ahí. Como está plastificada, no se romperá fácilmente. Quién
sabe si a lo mejor dentro de años alguien la encuentra... La
historia -apostilló- se escribe con cosas como éstas». Y así lo
hicimos. Disimuladamente la dejamos caer por la pendiente, y
seguramente terminó entre la nieve. El viento se encargaría de
sepultarla.
Durante la cena, Enrique, el radioaficionado de Ushuaia, me dice
que «a lo mejor mañana hacemos una escala en la isla La Decepción,
donde días atrás la tormenta nos impidió entrar, y si el tiempo lo
permite, hasta puede que nos bajemos un rato a dar un paseo. Así
que prepara el bañador, que puede haber chapuzón».
Ultima Hora, en el fin del mundo
En la península de La Antártida, escondida en la nieve, hemos dejado una primera página plastificada que sirve de testigo de nuestra presencia