Estamos yéndonos cada vez más hacia el sur; aumenta el frío, se ven más témpanos e icebergs en el mar y la noche apenas dura una hora. Y el tiempo sigue más cambiante que nunca. De ahí que aprovechemos las encalmadas para desplazarnos en zódiac a la costa.
Como ayer, tras el desayuno, en que nos acercamos a Porto Foyn, en la bahía Wihelmina, de la isla Intreprise, situada frente a la península Antártica en pleno estrecho de Garlache, un lugar que a principios del siglo pasado los balleneros solían utilizar como puerto o lugar de descanso en la ruta hacia los bancos de la Isla de la Decepción o incluso más al norte. De hecho, quedan dos huellas de su paso por allí. El barco noruego Governor, con sus bodegas repletas de aceite de ballena, que tras incendiarse se hundió en dicha bahía el 27 de enero de 1915, y una barca con la que los balleneros solían trasladarse a la costa a fin de abastecer de agua este barco.
El primero permanece semihundido junto a una alta pared de hielo, y la segunda semicubierta por la nieve, a no mucha distancia de éste, en otro islote, cerca del cual anida una colonia de cormoranes de ojos azules, que desde la cumbre observan con indiferencia nuestra llegada. Son aves muy tranquilas que nada tienen que ver con sus vecinas, las gaviotinas antárticas, algo más pequeñas.
Las aguas de esta bahía están rodeadas de hielo por todas partes excepto por la que da al mar, numerosos pedazos aparecen flotando sobre ellas, son extremadamente transparentes, tanto que desde el bote observamos parte del buque hundido, así como el fondo marino que lo rodea.
Los cazadores de focas y los balleneros, precursores de los exploradores de la Antártida, no solían faenar en esta zona, sino que la utilizaban como guarida, punto de encuentro o lugar de descanso. De ahí que la cuidaran con esmero. En algunas rocas puede verse aún la denominada vita o cornamusa a la que ataban sus barcas.
Me vuelvo a acordar de Sinto Bestard cuando me dijo, refiriéndose a la Antártida, «esto es otro mundo», porque lo es. Desde luego, esta parte de la Tierra no tiene nada que ver con la que nos ha correspondido habitar.
De vez en cuando asoma a la superficie del agua, lisa como un plato, la cabeza de una foca cangrejera. De la cangrejera llama la atención las cicatrices que recorren parte de su lomo, seguramente producidas por peleas con otras focas macho por hacerse con un territorio o con una hembra, o bien hechas por una foca leopardo, el gran depredador de focas, o lo que es lo mismo, su enemigo mortal.
Por la tarde, después del almuerzo, eUshuaia se había desplazado hasta la isla de Cuverville. Enormes pingüineras nos aguardaban en ella. Pingüinos papúas, de pico rojo y con mechas blancas a ambos lados de su cabeza, esparcidos por mil lugares de la isla, pero que dado el mal estado del terreno, completamente nevado, apenas pudimos visitar.
Al atardecer el equipo y yo seguimos rumbo más hacia el sur, atravesando el canal Errera, uno de los lugares más hermosos que jamás he visto.