Tras un largo viaje con pérdida de maletas incluida, a la mañana siguiente de llegar a San Salvador nos pusimos en marcha. Era el primer día de visitas. Íbamos a conocer una serie de inversiones que el Fons Mallorquí había llevado a cabo en El Salvador a través de la ONG local Procones, a instancia de Deixalles. Cristine, la delegada de la misma, nos vino a buscar al hotel, y en un autocar nos trasladamos al primer punto, el colegio público Jorge Larde, donde había desarrollado un proyecto sobre educación medioambiental con los críos del centro, a quienes, tras informales debidamente, les había proporcionado cuantos medios tenía a su alcance para que hicieran realidad la teórica aprendida. «Aparte de que aprenden a separar los residuos sólidos y a distribuirlos en contenedores diversos, adquieren el hábito de la limpieza que aplican también fuera del centro», señaló la profesora.
Pepenadores
A este proyecto, junto al que veremos a continuación en dos
escenarios distintos, en la calle y en el denominado centro de
acopio, el Fons Mallorquí de Solidaritat ha destinado 66.000 euros
a través de Deixalles, y otros 60.000, éstos directamente, y en los
que ha tenido que ver bastante el Ajuntament de Capdepera, que
según nos explicó su representante, la regidora Maribel Vives,
desplazada a San Salvador, «nos interesó mucho desde el primer
momento que lo conocimos, a pesar de que junto con él, el Fons nos
presentó otros». Dicho proyecto es la reconversión que en los
últimos años ha venido realizando Procones de los denominados
pepenadores, o gente que vivía de la basura que encontraba en los
vertederos, denominados aquí «botaderos», en personas que han
sabido llevar a delante una microempresa dedicada al reciclaje de
residuos sólidos, o bien a trabajar en oficios que les han
proporcionado los ayuntamientos una vez que procedieron a cerrar
dichos botaderos. Las distintas aportaciones del Fons, según la
delegada de esta ONG, se han destinado, por ejemplo, a la
adquisición de vehículos de recogida y de limpieza, o a la
preparación de los jóvenes como futuros microempresarios dentro del
área medioambiental. «Lo que estamos viendo ahora -señaló ésta-,
corresponde al ejercicio de 2003, puesto que el de 2004, en el que
también colabora el Fons, todavía no lo hemos iniciado». Entre los
basureros que cargan las bolsas en el camión está Víctor Manuel,
casado, con tres hijos, que hasta hace unos años fue pepenador en
el botadero de Mejaba, posiblemente el más grande de San Salvador,
un vertedero inmenso en el que, entre la basura, vivían familias
enteras que por unos residuos eran capaces de matarse con otros
pepenadores o, incluso, con los buitres que revolotean sobre ellos.
Víctor Manuel asegura que la diferencia de aquel trabajo respecto a
éste es brutal. Vive más tranquilo ahora, y sus condiciones de vida
son mucho más saludables e higiénicas que las de antes. Aparte,
queda fuera de la acción de las «maras», o pandillas juveniles, que
merodean por las colonias del extrarradio de San Salvador y, por
supuesto, de los botaderos. ¡Ah!, el joven cobra ahora unos 160
dólares al mes, que es muchísimo más de lo que percibía metido en
la mierda hasta la cintura. Tras dejar la calle nos desplazamos
hasta las dependencias del Centro de acopio, que es donde llegan
los residuos reciclados para ser empaquetados y vendidos. Allí
trabajan dos microempresas de mujeres, otras dos de jóvenes más una
mixta, Ecodivar, todas creadas por Procones. Miembros de Fons
Mallorquí de Solidaritat, representante del Consell de Mallorca,
María José Rodríguez y representantes de diversos ayuntamientos de
la isla, departen con los trabajadores. A una madre se le llena la
boca dándoles las gracias, «porque gracias a su ayuda esto
funciona, y gracias a ello mis hijos han encontrado trabajo aquí».
La concejal de Capdepera no cabe en sí de gozo. Y encima va y le
presentan a uno de los trabajadores, José, 18 años, que antes de
entrar en este centro se buscó la vida en el vertedero. ¡Durante
diez años!
Con José estuvimos tras la visita al centro de acopio en el botadero de Tonatepeque que, aunque clausurado, aún es visitado por pepenadores. Nos acompañan en el viaje Bernardí Coll, presidente del Fons, y María José Rodríguez, representante del Consell Insular. Debemos ascender por una empinada carretera que se quedó sin asfalto a poco de abandonar la principal por la que íbamos desde que salimos de San Salvador. A los veinte minutos de ascender y descender, ahora por un camino de numerosas curvas, unos buitres revoloteando sobre la pequeña colina nos advierten que estamos cerca. Y así es; a la vuelta de otra curva, aparece el vertedero. Montañas de basura recorren un largo trecho. Sobre ésta, críos pequeños y una mujer de edad indefinible, buscan algo entre los desperdicios. Un perro se rasca con la pata por detrás de la oreja donde las pulgas y la sarna, le están comiendo, mientras que tres o cuatro buitres, que por aquí llaman zotes, están atentos y prestos para atacar. José se acerca a las negras aves de rapiña que a nada que detectan su proximidad, levantan el vuelo para posarse sobre unas matas un centenar de metros más adelante. Todo, allí, es desolador. Se acerca otra niña con carita de india, de no más de diez años, que dice llamarse Estrellita. Su madre nos cuenta que tiene otros cinco hermanitos «que por ahí andarán», señala hacia la derecha, sobre un punto indefinido de la basura. «Desde siempre vivimos de lo que encontramos aquí. Casi siempre, a cambio de lo que recogemos, nos dan comida, pocas veces dinero». No muy lejos dos hombres discuten por la propiedad de restos de un ventilador sin importarles para nada la partida de cartas que están jugando otros tres y una mujer. Los cuatro en cuclillas, van echando las cartas en el papel que han colocado sobre el suelo a modo de tapete.
En El Salvador no es fácil ser niño ni joven. Hay niños, como los del vertedero, o como el que encontramos la noche que llegamos, en el aeropuerto, que no han tenido tiempo de serlo. Y tampoco jóvenes que no han podido disfrutar de unos años, teóricamente felices, pues se han hecho adultos sin darse cuenta. Sin oficio ni beneficio, han optado por el camino más fácil, la pandilla, llamada aquí mara, con la que el dinero, a base de robos y extorsiones, se gana fácil, tanto como un tiro en cualquiera de las refriegas callejeras que a diario se organizan entre las bandas.
Por todo ello es una agradable sorpresa encontrarse con un colectivo de jóvenes que nada tienen que ver con las maras, ni con la droga, ni con lo de buscarse el dinero por la vía fácil, sino que es un colectivo de personas responsables y con inquietudes, que saben hacer cosas y a quienes les preocupa, como jóvenes que son, lo que les pasa a los jóvenes. Y esa sorpresa la tuvimos la otra tarde, en la colonia de Nejapa, hasta donde fuimos de la mano de nuestros amigos de Procones, artífices de este milagro en que el Fons, a través del Consell de Mallorca, contribuye con 58.000 euros. Pero eso se lo contaré en otro reportaje.