Transcurridos seis meses desde que José Luis Rodríguez Zapatero se instalara en el Palacio de la Moncloa y su equipo paritario tomara posesión de sus sillones en el Consejo de Ministros, es el momento de enfrentarse a la hora de la verdad, es decir, de poner sobre la mesa unos Presupuestos para 2005 que cumplan -al menos, en parte- las promesas electorales con las que el PSOE ganó las elecciones.
De momento sólo se conocen algunas avanzadillas de los Presupuestos que el ministro de Economía, Pedro Solbes, ha diseñado. A juzgar por las primeras filtraciones -pues no se conocen detalles-, por boca del secretario de Organización del partido, José Blanco, se trata de la panacea universal. Según dijo, se trata de unos presupuestos de fuerte vocación social, que no suben los impuestos -ni siquiera los indirectos-, que garantizan el crecimiento de la economía española y que corrigen desigualdades. Aumenta, dicen, el gasto en educación, suben las pensiones mínimas, habrá ayudas a la vivienda, crece la inversión en investigación y se incrementa la seguridad ciudadana. Una maravilla, ¿no?
Claro que esa maravilla deberá pasar por un costoso debate parlamentario, en el que la escueta mayoría socialista se verá forzada a negociar hasta la última línea para contentar a esos grupos minoritarios de izquierda que tienen la llave para sacar adelante el proyecto.
Así que, según están las cosas, Izquierda Unida y Esquerra Republicana tendrán mucho que decir y seguramente dirán cosas que al moderado Solbes no le gustarán demasiado.
Pero eso es la política: negociar, negociar y negociar. De la habilidad diplomática de los socialistas dependerá que el primer gran reto del Gobierno sea salvado o no. El diseño de la España social del futuro está ahí.