Como ya viene siendo habitual, el presidente de Extremadura, Juan Carlos Rodríguez Ibarra, ha vuelto a destapar la caja de los truenos con unas declaraciones del todo desafortunadas que no hacen más que dejar entrever su nulo respeto hacia otros líderes que defienden los intereses de las comunidades a las que representan.
Con motivo de la celebración del Día de Extremadura, el dirigente socialista no tuvo reparos en criticar a diestro y siniestro, incluso a sus compañeros de partido en otras comunidades. Lanzó sus más virulentas diatribas contra los nacionalistas -vascos y catalanes- y contra Pasqual Maragall, presidente de la Generalitat de Catalunya, por su «pillaje absoluto» en el proceso de reforma del modelo del Estado.
Si bien su referencia a los catalanes resulta ofensiva, todavía más lo es su mención a ese «palmero invitado por los poderosos para animar la fiesta», como llamó al president de Balears, Jaume Matas, para describir el afán del jefe del Ejecutivo balear por mejorar las competencias y las dotaciones de nuestra autonomía.
Seguramente Ibarra no pretendía más que conseguir el aplauso fácil de sus paisanos, pero no debería intentarlo a base de insultar a los demás. Balears -como el resto de las autonomías- está en su plenísimo derecho -y los ciudadanos así lo exigimos a su president, sea del partido que sea- de exigir mejoras para las Islas, unas mejoras que no siempre el Gobierno central de turno está dispuesto a conceder.
Ibarra debería entender que es posible construir de modo consensuado un modelo de Estado en el que todos se sientan a gusto, superando viejas fórmulas centralizadoras y uniformizantes. Y no olvidar la ayuda que su región, dada su situaciòn económica, recibe desde otras comunidades. No estaría de más que alguna vez lo recordara y lo agradeciera.