Un calor agobiante, asfixiante. Mallorca vivió ayer una jornada muy calurosa. Registró una máxima de 36,6 grados y una mínima de 27 grados, siendo la comunidad con temperaturas más altas de todo el país. No se llegó al récord del sábado, con 38,2 grados, pero sí se vivió un día que combinó las nubes de la mañana con el sol de la tarde.
Parece como si el verano se resistiera a acabar. Es como si el mercurio de los termómetros se hubiera quedado atrapado y no pudiera romper a la baja la barrera psicológica de los 20 grados. La humedad sigue alta, altísima, y las nubes bajan y se estancan en las montañas. Ayer por la mañana la Atalaya de Alcúdia lucía barret. Las playas amanecieron solitarias en la zona norte. Los que se atrevieron a ir lo hacían bien protegidos, con un buen libro por si las moscas. Las hamacas permanecían vacías y sólo algún bañista ocasional y algún atleta rompían la horizontalidad del paisaje.
Cayeron algunas gotas saharianas con más barro que agua y de pronto las nubes desaparecieron. La Atalaya se quitó el sombrero para gozo de turistas y nostálgicos del verano. En los merenderos se destaparon los tapperware y se descorchó el vino. Así hizo la familia Oliver Sastre en la playa del Port d'Alcúdia. «Hoy toca trempó, filetes empanados, tortilla y ensaimada de albaricoque, rematado con un café con amazonas», comentan. «Es día de cacique, berenar y volver al agua», afirman, «porque el buen tiempo se acaba en septiembre».
T. Llabrés