El taxi nos dejó en el puerto de Formentera, donde cogimos el barco que nos llevó hasta el puerto de Eivissa. Desde allí y sin tiempo que perder al aeropuerto para partir hacía Menorca. Como no hay vuelos directos hay parada obligada en Palma, curiosa circunstancia la allí vivida, ya que al bajar del avión, la jardinera traslada a los pasajaeros a Salidas, para embarcar inmediatamente y volver a subir al mismo avión, donde esperaba el mismo 'hola' que hace 15 minutos te ha dicho 'adiós'. Las mismas azafatas, los mismos pilotos, el mismo asiento (3A) y sobre él el periódico leído que habíamos dejado. Curioso. Aterrizaje en Maó y la primera en la frente. ¡Oh cielos! Nubarrones. Decidida la ruta toca paseo por el puerto, del que dicen que es, después de Pearl Harbour, el mejor puerto natural del mundo. En sus cercanías, dentro de la finca de San Antonio, cuenta la leyenda que el almirante Nelson y Lady Hamilton vivieron su romance cuando habitaban en la isla.
Seguimos. Es la hora de comer, y la parada se hace en es Castell, en el restaurante «Sa Foganya», donde el menú nos deleita con un solomillo relleno de queso mahonés. Deliciosamente potente. Con el estómago bien lleno la opción era visitar alguna de las playas o calas de la isla, pero el mal día no invita y se opta por comer kilómetros con el coche alquilado. Sin tocar el agua ni la arena la vista es impresionante, sobre todo por su contraposición geográfica: nada tienen que ver las playas del sur, migjorn y las del norte, la tramontana. «Abajo» la cosa es más suave, hay profundos barrancos alfombrados por los pinos tan cercanos al agua que parece que se quieren bañar. Es la zona de la blanca arena y el agua cristalina. En cambio, «arriba», la cosa va de aguas duras que rompen abruptamente contra grandes rocas. Espectacular.
El objetivo en Menorca ya no es bailar hasta el amanecer, aquí el rollo es otro. Queremos comprobar si aquí el viento domina los caminos y si los británicos asentaron definitivamente su influencia. Los primero vamos camino de transcribirlo y en cuanto a lo segundo, es Villacarlos, muy cerquita de la capital, el botón de muestra. El bienestar es la sensación que se respira en Menorca. No es una isla fashion, no es un lugar coo, sus gentes no van a la última moda (perdón), sus visitantes no viven de noche... Pero Aznar trajo aquí a su familia de vacaciones, lo mismo ha hecho Zapatero; Raúl huye aquí de Madrid y Mercedes Milà hace treinta años que veranea en Menorca. Por algo será. Anem per feines y eso es ir a merendar, lo que se secunda en Fornells, en el norte de la Isla, lugar donde residen las mejores calderetas de langosta que el rey Juan Carlos conoce muy bien. Es éste sin duda uno de los puertos pesqueros más bonitos que hay en el Mediterráneo, un lugar perfecto para retirarse, para descansar, para venir con la familia. Aunque bien mirado, la menor de las islas en su conjunto -fueron los romanos la que la llamaron así en contraposición a la mayor que es Mallorca- es el destino mejor encuadrados para el turismo familiar. Se hace tarde y empieza a caer el sol, es momento de buscar un rincón donde se haga negocio con el atardecer. Este es la «Cova d'en Xoroi», en Cala'n Porter, en el suroeste. «Estos peñascos que el aire marino perfuma, guardan con su imponente belleza la leyenda de una historia de amor. Xoroi, hombre de ignoto pasado que llegó por mar, nadie sabe cómo, se refugió en la cueva. Las casas de campo de los alrededores sufrían frecuentes pillajes. De una de estas casas desapareció una bella moza próxima a casarse. Pasaron meses y años.(...). Hombres armados siguiendo las huellas descendieron a la cueva. En la gruta encontraron un hombre, una mujer y tres niños fruto de su amor. Xoroi, al verse acorralado e impotente, se lanzó al mar seguido de su hijo mayor. El mar que lo había traído, se cerró sobre ellos guardando el misterio de su vida. (...)». Hoy es un lugar espectacular donde tomarse una copa por 8'5 euros la entrada.
Antes de que sea noche cerrada viajamos hacia Ciutadella, la ciudad que vive mirando al mar y se «mueve» al galope. Pero de camino ha habido cita con la curiosa «Penya de s'Indio», una extraña atracción basada en la semejanza de esa piedra con la silueta de un indio americano. Así es, y eso que el viento aún no nos ha modificado la conducta. Ciutadella está animada, no es Sant Joan, pero no hace falta. La verdadera capital menorquina relincha aristocracia en todos sus rincones; su cantidad de casas palacio acentúan aún más su nobleza y te reafirman que estás pisando suelo de alto rango. Se respira cierto perfume veneciano. ¡Qué pena que no sea 23 de junio! Su pintoresco puerto es el escenario del mercadillo y de nuestra cena, basada -cómo no- en productos del mar. Caros, pero frescos. Pero hay que acabar con el periplo, volver a Maó, dormir, levantarse y volar a Palma, ciudad residente. Conclusión: Eivissa, isla para divertirse; Formentera, isla para bañarse; Mallorca, isla para trabajar, y Menorca, isla para descansar.
David J. Nadal