Hay lugares en el mundo, como el Cáucaso Norte, del que apenas tenemos alguna referencia. Sin embargo, en esa zona del planeta se está cocinando una bomba de relojería. En sólo unos meses, guerrilleros musulmanes chechenos realizaron varias incursiones en Ingushetia, república vecina, que causaron dos centenares de muertos dejando con la boca abierta a las fuerzas de seguridad rusas que supuestamente tienen el control de la zona. Pero eso no es todo, porque los terroristas independentistas acaban de dinamitar dos aviones en pleno vuelo, al más puro estilo 11-S con un resultado de noventa civiles muertos; han hecho saltar por los aires el metro de Moscú matando a diez personas; y ahora han secuestrado nada menos que una guardería en Beslán, que de momento arrastra doce fallecidos y 300 rehenes.
Nuevamente se pone en duda la eficacia y el control de los servicios secretos, en esta ocasión, de Rusia. El enorme peligro que supone la universalización de los métodos más atroces de extorsión por parte de grupos terroristas no está siendo tomado con el rigor que merece. Las estrategias del presidente ruso, Vladimir Putin, que combate con dureza el terrorismo, no están dando el menor resultado. Si hace dos años la intervención de agentes de elite en un teatro moscovita secuestrado por criminales chechenos se saldó con la muerte de cien personas y de todos los terroristas, no parece que el sacrificio haya amilanado a los guerrilleros, dispuestos a exigir cueste lo que cueste la retirada de las tropas rusas de Chechenia.
Queda claro que se impone una táctica universal contra el terror, que debe poner de acuerdo a los gobiernos de todos los países democráticos para establecer criterios comunes contra una lacra que no hace más que crecer.