Hacía años que no se registraban en Mallorca incidentes tan graves como los ocurridos ayer en la romería de Sant Bernat. Lo que tenía que ser una protesta pacífica de los vecinos de Es Secar de La Real contra la ubicación del nuevo hospital de Palma degeneró en una algarada callejera en la que se sucedieron los zarandeos, los empujones y los insultos a la alcaldesa, Catalina Cirer, y a los concejales del PP, incluso en el interior de la iglesia de La Real.
Tan graves fueron los incidentes que fue necesaria la intervención de numerosos efectivos del Cuerpo Nacional de Policía, que sin llegar a cargar contra los manifestantes, sí utilizaron sus defensas para proteger a la Corporación municipal y a unos mil quinientos palmesanos que quisieron, un año más, participar en la tradicional romería.
No fueron sólo vecinos de Es Secar de La Real quienes protagonizaron los graves incidentes. Otros colectivos se sumaron a la protesta, entre ellos integrantes de plataformas antiautovías, okupas e independentistas. Tras los lamentables sucesos, vecinos de La Real se avergonzaban de lo ocurrido. Hasta ayer, sus manifestaciones habían sido siempre pacíficas y respetuosas.
Ciertamente, el ambiente de crispación ha llegado a unos extremos que deberían mover a la reflexión. ¿Quiénes son los responsables de lo sucedido? Hay que defender el derecho a manifestarse pacíficamente, pero quienes convocan las protestas ciudadanas deben ser conscientes de su responsabilidad y de las consecuencias que puedan derivarse. De la cacerolada se puede pasar a un auténtico altercado público que se escape a cualquier control. Era de ingenuos no prever que grupos radicales podían hacer acto de presencia y elevar el nivel de la protesta a extremos muy poco cívicos. La inmensa mayoría de los palmesanos sentirá hoy vergüenza e indignación por lo sucedido en La Real. Palma se merece un mejor clima de convivencia en el que las discrepancias no lleguen a los empujones ni a los insultos.