Greenpeace ha elaborado un informe que bajo el elocuente título de «Destrucción a toda costa», analiza los desastres que se han ido produciendo a lo largo y ancho de las costas españolas. Uno de los capítulos está dedicado a Balears y la buena noticia es que desde las instituciones insulares se ha acogido el estudio como toque de atención para, a la postre, ir solucionando algunos de los problemas a los que en él se aluden.
A nadie se le escapa que el litoral de nuestras Islas ha ido sufriendo un paulatino deterioro a lo largo de las últimas décadas y, pese a todo, hay algunas cuestiones que tienen remedio. Entre ellas, los vertidos de aguas residuales que todavía tienen lugar en algunos puntos de la costa de las Balears. Ante esta cuestión, el conseller de Medi Ambient, Jaume Font, ya se ha comprometido a actuar, lo que debe ser acogido con satisfacción por todos nosotros.
Otros puntos negros del informe no tienen tan fácil enfoque. El paulatino abandono de las actividades tradicionales y la irrupción drástica del turismo y de las segundas residencias han transformado la imagen de la costa de antaño, lo que ha afectado negativamente además a la pervivencia de la flora y la fauna. Llegados a este punto, hay pocas cosas que puedan hacerse para volver la marcha atrás. Sin embargo, sí pueden plantearse políticas respetuosas con el medio de cara al futuro. Restringir la edificación en las escasas zonas que aún permanecen vírgenes o medianamente bien conservadas, repoblar con especies autóctonas las zonas que han sido arrasadas -por el temporal de 2001, por ejemplo, o por la mano del hombre- y garantizar un entorno respetuoso con la tradición en las nuevas obras de acceso a la costa.