Con la llegada de la tarde, los paseos de Cala Millor y Cala Bona, embellecidos hace unos años ampliando su área peatonal con tamarindos y plantas decorativas, van cobrando animación a medida que el calor empieza a disminuir con el ocaso.
Es el momento que escogen quienes han decidido pasar aquí sus vacaciones en una planta hotelera modernizada y en ocasiones espectacular (que alcanza su máxima expresión en el Hipocampo Park, de cinco estrellas), para hacer sus compras y visitar los dos centros turísticos, unidos tras un incesante crecimiento urbano, aunque separados a nivel de ambiente y carácter. La noche de Cala Millor es sin duda una referencia esencial de la marcha turística y local en la costa del Llevant, con largos años de implantación en sus discotecas, biergartens y desde fechas más recientes bares musicales de estética tropical, como el «Bananas», donde se ofrecen cócteles de sabor exótico. Allí se congrega buena parte de la juventud extranjera hospedada en los hoteles, que, durante los fines de semana, coincide con la de orígen local de veraneo o procedente de los pueblos vecinos. Esta atmósfera se repite en locales como el Habana o el Copacabana y a nivel más postmoderno en el Luna, entre otros. Un aspecto que nos sorprendió fue la transformación que ha experimentado en unos años la clientela de las discotecas de público alemán como las Karrusell o Lolly en primera línea de playa, copadas ahora por latinoamericanos bailando a ritmo de salsa y merengue.
Más tranquila se muestra la tarde-noche de Cala Bona, que posee el aliciente de contar con la vecindad de playas cercanas de carácter tranquilo como las de Port Vell o Costa dels Pins, ideales para un idílico baño a la puesta de sol. Sus típicos restaurantes ubicados en antiguas casas de veraneo, que nos recuerdan cómo era este lugar antes del «boom» turístico, sus tradicionales cafés en el paseo marítimo y modernos pubs con los últimos éxitos musicales, abiertos hasta la madrugada, son una alternativa para quienes prefieren disfrutar de una noche más íntima.
Gabriel Alomar