El piloto del A-300 Zero G avisa por megafonía cuando se inicia la acentuada ascensión -«pull up!»- y la gravedad, casi el doble de lo normal (1,8g) en ese momento, aplasta los cuerpos y los mantiene pegados al suelo, los ojos se hunden y tratar de caminar resulta temerario. «Treinta grados,.... cuarenta», se advierte desde la cabina a medida que aumenta la inclinación del avión, aunque apenas se percibe dentro del avión, y va descendiendo la gravedad, ni un alma se mueve, hasta que se escucha la palabra definitiva «injection!», que da un margen de 4 ó 5 segundos antes de entrar en la microgravedad.
La primera e inmediata sensación no es visible, se percibe un estremecimiento en el estómago, como cuando un avión comercial realiza un movimiento brusco, y lo siguiente que ocurre resulta excitante y placentero. Los cuerpos, humanos o no, se elevan precipitadamente y tratar de controlar la posición se torna complicado. Dar volteretas, ponerse boca abajo, caminar por el techo, jugar a ser «Spiderman», todo es posible, todo flota, incluso el chicle dentro de la boca. La ingravidez sienta bien y lo único reprochable es lo rápido que transcurren los 22 segundos que dura. Muy pronto el piloto vuelve a advertir de que se acerca el momento en que todo y todos recuperan su peso hasta doblarlo y hay que estar preparado para controlar la caída: «pull out!». Así hasta 31 veces.
Ésta fue la experiencia -«la mejor»que vivieron el jueves Nico Piro y Víctor Huarcaya, después de que el martes volaran sus otros dos compañeros; Carles Bona y Maria Tous, todos ellos integrantes del equipo de la UIB seleccionado para la Séptima campaña de vuelos parabólicos de la Agencia Espacial Europea.