Zapatero se dirigió ayer por primera vez a los españoles desde la tribuna del Congreso de los Diputados como candidato a la Presidencia del Gobierno. Y lo hizo de una forma sobria y en cierto modo ilusionante, perfilando un programa de gobierno, que previsiblemente le permitirá contar hoy con los apoyos suficientes para ser elegido presidente.
La búsqueda del consenso, el diálogo y el cumplimiento de sus promesas fueron la esencia de un discurso firmado con un talante participativo y cercano a los españoles. Condenó la utilización política del terrorismo, apoyó las reformas de los Estatutos de Autonomía y la reforma puntual de la Constitución -para que las mujeres no estén discriminadas en la línea sucesoria a la Corona-, abogó por recuperar el diálogo con las comunidades autónomas y anunció la derogación de la Ley de Calidad de Educación, entre otros puntos, siempre dejando muy claro el respeto a la Carta Magna y al consenso. Zapatero expuso un amplio espectro de intenciones que no molestó a nadie, excepto, como es obvio, al PP, cuyo portavoz subrayó la supuesta debilidad del Gobierno de Zapatero.
El candidato no concretó en su discurso temas tan importantes como el Plan Hidrológico Nacional, aunque sí adelantó su revisión, o la fecha exacta del regreso de las tropas españolas de Irak. PP i CiU aprovecharon ambos flancos para poner en apuros a Zapatero.
El líder socialista ofreció un programa progresista -con alguna medida tan innovadora como el matrimonio de homosexuales-, aperturista y conciliador, que añoraban muchos sectores de la sociedad, pero no perfiló cómo llevará a cabo algunas de su reformas.
Las bases de su proyecto político ya están escritas y ahora toca el turno de su cumplimiento. Habrá que escuchar, pero también habrá que tomar decisiones.