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Editorial

Un año del inicio de la guerra de Irak

Uno de los problemas a los que se enfrenta un país después de haber soportado décadas de dictadura es que cree necesitar un líder fuerte que le gobierne. Eso les ocurre ahora mismo al 75 por ciento de los iraquíes, que desconfían del Gobierno provisional nombrado por Estados Unidos, aunque en idéntica propoción desean la democracia.

No será fácil para ellos remontar la vida ahora que se cumple un año del comienzo de la guerra. La inseguridad se ha convertido en el primero de sus problemas, pero tampoco lo son menos otros como el paro y la desorganización del país. Pese a todo, la mayoría confiesan sentirse mejor ahora que bajo la bota del dictador, aunque muchos -el 40 por ciento- se sienten humillados por la presencia de las tropas extranjeras. Otros tantos se sienten liberados.

Algo similar ocurre en el otro extremo del mundo, en Estados Unidos, donde la población empieza a pensar que no ha valido la pena la guerra. No es extraño, pues el país se ve abocado a mantener en Irak nada menos que 120.000 soldados y las cifras de muertes allí son ya preocupantes -570 víctimas mortales y más de tres mil heridos-. Aparte del coste humano, la sangría económica no es nada despreciable -160.000 millones de dólares y una nueva petición de cincuenta mil millones-.

Así las cosas, Zapatero ha venido a colocar la guinda de este complicado pastel al anunciar que retiraría las tropas españolas si la ONU no se hace cargo del asunto, algo improbable. El anuncio es un nuevo tropiezo para los americanos, después del fiasco de las armas de destrucción masiva, de la engañifa de los servicios de espionaje y de la inesperada crueldad de una posguerra incierta.

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