Siguiendo a pies juntillas lo que marca el calendario, los mallorquines se vieron sorprendidos ayer por unas fuertes precipitaciones. Las nubes, las lluvias y el viento acompañaron el primer día de otoño y pusieron el punto final de manera oficial a un verano que se nos ha hecho demasiado largo y en el que se han batido todos los récords. Las playas amanecieron prácticamente desiertas, con la única excepción de algunos paseantes solitarios y de un puñado de valientes que se resisten a dejar paso a la estación de las lluvias y disfrutan a sus anchas, ahora sí, de las cálidas aguas de la Isla.
El chubasco matinal provocó el primer caos circulatorio a la entrada de los colegios y empujó a ciudadanos y visitantes a recorrer las calles más céntricas de la ciudad, que presentaban un aspecto mucho más concurrido que en los últimos meses. Y es que el de ayer fue un buen día para ir de compras en busca de las primeras adquisiciones para hacer frente al frío que acecha, o para pasearse por los lugares más emblemáticos del casco antiguo y llevarse de la Isla algún recuerdo más que el de sol y playa.
Paraguas rescatados de lo más profundo del armario, chubasqueros y zapatos cerrados para los más frioleros, en una ciudad convertida como por arte de magia en espacio variopinto en el que bermudas, sandalias e incluso trajes de baño continúan estando a la orden del día a la espera, un año más, del ansiado veranillo de San Miguel.
R.D.