La batalla de racimos que desde hace cuatro años se celebra en Binissalem con motivo de las fiestas des Vermar discurrió ayer a mediodía entre el cachondeo de los jóvenes y las risas de los mayores que observaban desde un segundo plano para no mancharse de mosto. Unas diez toneladas del fruto más típico de Binissalem, la uva, fueron adquiridas en esta ocasión para ser utilizadas por el millar de participantes como su principal munición como si de verdaderas balas se tratara. Los jóvenes se concentraron a mediodía en la plaza de la iglesia y siguiendo la música de los xeremiers se dirigieron hacia el solar municipal habilitado junto al polideportivo. Tras el chupinazo de salida, se lanzaron todos sobre las tres montañas de racimos preparadas para ser arrojadas.
Durante la batalla todo vale, no hay reglas que impidan ensuciar, cuanto más mejor, al contrincante, e incluso a los que no deseaan participar de la lucha y se ven regados por el mosto. A medida que el racimo se acababa, se formaban verdaderos charcos de mosto en tierra y los jóvenes se las ingeniaban para proseguir con la juerga. Los más valientes se distinguían del resto porque ya no se apreciaba el color original de sus camisas y pantalones. El mosto de la uva les resbalaba por las piernas.
Con la intención de limpiarse un poco o simplemente para seguir con las risas de la fiesta los luchadores del racimo se refrescaban en unas duchas habilitadas para la ocasión. Finalizada la batalla los participantes se vistieron de «trepitjadors de raïm» y comieron todos juntos una gran paella en la plaza de la iglesia.
Maria Puigrós