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Editorial

De los incendios a las trombas de agua

El final del verano acostumbra a coincidir con una cierta despreocupación por las causas que determinan unos incendios forestales de rabiosa actualidad durante la canícula. Y puede que esto tenga algo que ver con el contraste que suponen las inundaciones tan propias de la época actual y que en estos últimos días han asolado diferentes zonas de Balears. Tras un estío como el que acabamos de pasar, se diría que toda prevención, toda medida encaminada a evitar desastres como los vividos, queda en suspenso hasta el año próximo.

Es la hora en la que desde las distintas administraciones se barajan motivos como la imprudencia del ciudadano que acude al bosque, la desidia del campesino, los tendidos eléctricos en deficientes condiciones, o las tormentas con gran aparato eléctrico. Es cierto que todo ello contribuye a la declaración de incendios forestales, pero no lo es menos que existen unas causas, digamos infraestructurales, que multiplican el peligro que suponen estos factores.

En primer lugar, nos encontramos con una agricultura en progresivo abandono por parte de quienes han tenido tradicionalmente a su cargo el cuidado de la tierra. Además, hace ya tiempo que la madera de los bosques mediterráneos dejó de ser interesante para su explotación como negocio, lo que añade un nuevo factor de riesgo a los que ya venimos enumerando. Finalmente llegamos a la cuestión tal vez más relevante: la presión urbanizadora. Hoy en día, las urbanizaciones crecen de forma exagerada, dispersa, maltratando un territorio que, por así decirlo, ve aumentar su indefensión.

Trazados de carreteras no siempre acertados, líneas eléctricas que discurren por donde no debieran, vertederos de incomprensible ubicación, y en general un urbanismo disparatado, devienen colaboradores indeseables en la acción devastadora del fuego. Tan sólo una actuación integral por parte de quien procede, que incluya estudios rigurosos sobre las características del terreno, normas urbanísticas razonables y un decidido apoyo a la abandonada labor del agricultor, contribuirán decisivamente a paliar el peligro que suponen los rigores estivales.

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