LEYRE QUINTANA
Vestido con ropa veraniega, ojos claros y melena mojada porque sale
de trabajar, unos le saludan y, otros, más tristes, se despiden
encantados de haberle conocido. «Os quiero ver animando a la
selección italiana en Portugal», ordena entre risas a un grupo de
turistas que abandona la Isla. La sonrisa y simpatía son sus armas
de trabajo y de ellas se vale para esforzarse diariamente en lo que
para él es una profesión de corazón: animador de hoteles. Así es
Steffan, el empleado más conocido, aquél que lleva escrita la
palabra diversión. Cada día se levanta con un reto en mente, a
saber, conseguir que los huéspedes disfruten de unas vacaciones
repletas de actividades y diversión.
No es fácil tener siempre un juego preparado y, por ello, tanto él como su compañera, Laura, llevan planificando el verano desde abril. Pero Steffan no es nuevo en esto. Hace doce años decidió abandonar Bélgica, su país natal, y lanzarse a la aventura veraniega del Mediterráneo. Grecia, Chipre, Andratx y finalmente s'Arenal es su currículum de experiencia. A sus 38 años es todo un experto en veranos amenos.
A las diez de la mañana comienza la jornada. Primero se empieza suave, con música. Después, es el momento de los juegos de piscina, como el aqua-gym o el waterpolo, dos actividades que triunfan entre los turistas. El entretenimiento continúa todo el día. Fútbol, dardos, juegos infantiles o discoteca por la noche son sólo pequeños ejemplos del trabajo de un animador.