Por más que la mayoría de políticos europeos recurra a pseudotranquilizadores eufemismos, la economía de los países de la UE ha entrado en recesión. Se le puede denominar «estancamiento», como prefiere el canciller Schröder, o «crecimiento tan sólo parcial», en palabras de Berlusconi. Pero lo realmente incontestable son los datos objetivos, y éstos muestran que en su conjunto la economía de los países europeos ha crecido sólo un 0,4% entre enero y junio del presente año, y también que la economía de Alemania, Italia y Holanda se halla hoy técnicamente en recesión, póngasele el nombre que se le ponga al fenómeno.
Naturalmente que en el conjunto de la UE se dan variaciones, pero teniendo en cuenta que la suma del Producto Interior Bruto de Alemania, Italia y Holanda supone más de la mitad del de la Europa del euro, el asunto está claro y se denomina recesión. Los expertos atribuyen en parte dicha recesión al prejuicio que causa a la economía de los principales países exportadores de la UE el cambio de nuestra divisa frente al dólar. También se habla de la diferente política que en lo concerniente a los tipos de interés mantienen el Banco Central Europeo y la Reserva Federal de Estados Unidos.
Pero más allá de esos aceptables tecnicismos, cabe referirse igualmente a las malas políticas económicas de unos países europeos que no han llevado a cabo las reformas necesarias para ganar en competitividad. En los modernos mercados, Europa irrumpe muchas veces poniendo en práctica políticas antiguas. ¿Y a qué conduce todo ello en las actuales circunstancias? Básicamente, a una mayor dependencia de Europa frente a Estados Unidos. Y en este sentido, nos guste o no, hay que confiar en la capacidad de recuperación del gigante norteamericano, en el aumento de su consumo interno y el de sus importaciones. Así de duro y de sencillo.