Al tercer día salieron y se bañaron. ¡Ya era hora! Y entre y entre, cambiaron de hotel. Me estoy refiriendo a Terelu Campos y a su amor, José Manuel Estrada, buen reportero deportivo de Onda Cero. Tras abandonar la habitación, se dirigieron a la playa. Dejaron sus ropas junto a las hamacas y se pusieron a caminar, ¿Cúanto... un kilómetro? Tal vez algo más. Él iba ya en bañador y ella se había colocado una especie de pareo de color beig. (Es una pareja tan compenetrada que hasta coinciden en el color del bañador, azul).
A mitad de camino, él quedó rezagado, hablando con alguien, por lo que, a base de corta carrera, logró reunirse con ella. De regreso del paseíto, baño. Apasionante. Helos ahí, si no. Pero, díganme ustedes, quíen se resiste a eso. Jóvenes, enamorados de nuevo, solos y en Mallorca... Yo, la verdad, lo entiendo. Y en su lugar, creo que haría lo mismo. Y es que el segundo amor puede que sea hasta más profundo y disfrutable -¿es correcto disfrutable?- que el primero.
Por cierto. Me temo que no habrá encuentro de madre, hija y novio, pues la hija y la madre se reunirán cuando el novio regrese a Madrid, en la pretemporada de la liga. O sea, a finales de mes. Mientras tanto, a disfrutar. Que tiempo habrá para dedicarlos a los Ronaldos y Cía.
Pedro Prieto