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Wamba: un lugar llamado milagro

De la mano de Cirujanos Plástikos Mundi, dos médicos mallorquines viajan a Kenya

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PEDRO PRIETO
Los jueves son días de descanso en el hospital católico de Wamba, aunque no por ello cede su actividad, pues la única que se detiene es la de los quirófanos, salvo urgencias, debido a que en ese día se limpian. Realmente se limpia todo el hospital. Y pese a que sacan las camas con los enfermos a los pasillos, la vida en resto de dependencias continúa. De ahí que ese día nos lo tomamos casi de asueto. O mejor, lo dedicamos a algo que de cotidiano no podríamos: organizar un partido de fútbol por la tarde, en el campo que está al lado de la iglesia de la misión. Los contendientes son jóvenes del poblado de Wamba, a un tiro de piedra del hospital. A unos los vestimos con una camiseta del Club del Suscriptor de Ultima Horay a los otros con otras de Air Europa. Los primeros se imponen a los segundos por 3-1. El partido lo disputan una vez que ha finalizado el que juegan los chavales de las escuelas católica y protestante, en el que vencen éstos por 4-1. La mayoría de jugadores que intervienen en ambos encuentros van descalzos. No por ello dejan de correr como gamos sobre un terreno en que la tierra rojiza alterna con un césped completamente seco, y de golpear el balón con fuerza desplazándolo a gran distancia. Salvo dos o tres del choque C.S. de Ultima Hora y Air Europa, el resto apenas le pega a la pelota medianamente bien. Pero le ponen voluntad.

Ambos partidos son seguidos por cerca de trescientas personas, la mayoría niños y jóvenes. Y entre éstos, media docena de moranes, o sea, guerreros samburus, ataviados con una indumentaria que deja el pecho al descubierto y en la que predomina el color rojo y naranja, aderezado con una serie de abalorios en cabeza, brazos, pantorrillas y cuello que los diferencian del resto. Todos llevan la lanza, el palo y el machete o panga, símbolos demorán. Y uno, incluso, un rifle. No hay duda de que son los gallos de aquel corral y, por lo que vemos a nada que dirigimos hacia ellos el objetivo, poco amigos de que les hagan fotos.

A las siete, como cada tarde, aquí, en esta parte del norte de Kenya a esas horas es ya noche cerrada, cenamos en compañía del doctor Silvio Prandoni, hincha del Inter y alma mater de este lugar perdido en plena sabana, denominado Samburu, de una extensión aproximada a la de Catalunya, poblado por unas 40.000 personas de etnia samburu, nómadas, que nada tienen que ver con los massai, kikuyu -de este pueblo surgió emau mau que, liderado por Jomo Kenyata, combatió contra los ingleses por la independencia de Kenya-, turkana, kajelin, luo, etc., que el doctor Beut describe muy bien en su libro Jambo Daktari. Como siempre, en la mesa nos acompaña la esposa del galeno, Judith, una nativa. Como tras la cena llega el telediario de la RAI, se vienen a verlo alguna monja de la misión. Y es que hay que estar al día, incluso en Africa.

Al hospital católico de Wamba hemos llegado tres días antes. Los doctores Beut y Salvà, por su cuenta, han viajado desde Palma hasta Nairobi, vía Zanzíbar; servidor lo ha hecho pasando por Amsterdam. Nos hemos encontrado en un céntrico hotel de la capital keniata, y desde Willson, el aeropuerto de vuelos domésticos, en un pequeño avión bimotor, y en compañía de media docena de turistas que hemos ido dejando por el camino -Ñañuky y Lewa-, aterrizamos en Samburu tras dos horas de vuelo, con otras tantas paradas en los lugares citados en los que siempre hemos aterrizado sobre pistas de tierra.

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