La intervención norteamericana en Irak ha forzado indirectamente un cambio de estrategia, un replanteamiento casi radical de la acción diplomática de Washington en lo concerniente al contencioso que enfrenta a judíos y palestinos. Hoy, el principal interés estadounidense se centra en sacar adelante como sea esa denominada «Hoja de Ruta», encaminada a pacificar la región.
Se trata de un plan endeble que no convence ni a unos ni a otros y que, por otra parte, no aborda los serios problemas que enfrentan desde hace años a las partes en conflicto. No obstante, es primordial que tenga cierta efectividad, aunque sea aparente. Dada la situación de posguerra en Irak, los Estados Unidos no se pueden permitir el atender a más focos de violencia.
Desde que el presidente Bush dio por finalizada la guerra en Irak, se suceden allí ataques contra las tropas de ocupación norteamericanas que ponen de relieve no sólo que la paz es un objetivo aún no alcanzado, sino que muestran el peligro de que la situación se encone y degenere hasta convertirse en un conflicto militar enquistado de ésos que tanta preocupación causan entre la opinión pública norteamericana tras la experiencia de Vietnam.
Las más recientes encuestas dejan claro que la confianza de los ciudadanos americanos en una evolución positiva del conflicto ha caído en picado, al tiempo que cada vez se admiten como menos razonables y fiables los motivos que se adujeron para la intervención en Irak. En el Congreso de los Estados Unidos se multiplican las preguntas en torno a los porqués de una guerra llevada a cabo bajo sospecha. En tales circunstancias, a Washington no le queda más remedio que apuntarse un tanto en el terreno diplomático, ejerciendo su labor de arbitraje entre israelíes y palestinos.