Matas ganó las elecciones pero «ni repicarán las campanas ni las muestras de alegría irán más alla del buen gusto y de la contención obligada». El relevo en el Govern no será «la toma del Palacio de Invierno ni la de la Bastilla». La vuelta de PP al Govern tampoco será «el impertinente decíamos ayer». Las frases entrecomilladas son de su discurso ante la Cámara y dan muestra del talante, detaracná, con el que se presentó a la investidura. Fue el discurso de un hombre tranquilo, que hace gala de haber aprendido a ser humilde -«la Historía con mayúsculas nos impone a los gobernantes una lección de humildad», afirmó- y que deja intencionadamente cuestiones abiertas para las réplicas.
Matas no llegó a la Cámara para echar en cara a los demás que había ganado. Al menos eso es lo que se empeñó en transmitir, incluso en su tono de voz y en sus movimientos y gestos. El nuevo president -que optó por un discurso relativamente breve: no llegó a una hora- mide sus movimientos y sus palabras y se presenta con la mano tendida. Otra cosa es que ese Matas sea el auténtico o que no se lance hoy a la yugular de la oposición. Casi pide perdón por el triunfo.
Un nuevo Matas compareció en el Parlament para buscar la investidura. Un Matas nuevo en las formas que se presentó en la Cámara, casi de puntillas, empeñado en «no molestar» y que evitó cualquier gesto retador -no señaló con el índice acusador más de dos veces- y con un discurso que más que un programa de gobierno fue el prólogo de un manual sobre el liberalismo del que no mostró todas sus páginas. Como si todavía estuvieran en imprenta.