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Un enclave cercano que conserva los vestigios del pasado

A La Trapa se accede en una hora de caminata a paso tranquilo

Todos sabemos que las ofertas de ocio durante el invierno en Mallorca se quedan reducidas a la clásica salida al cine, a una merienda o a una cena en compañía. Los amigos de la intimidad y del calor del hogar pueden quedarse en casa leyendo, mirando una película o disfrutando de un café con tertulia. Pero quienes prefieran un poco de acción y de naturaleza siempre tendrán la opción de realizar alguna excursión por los muchos rincones hermosos de esta Isla.

La Trapa es uno de los más tradicionales, pues apenas ofrece dificultades para los novatos -la altura del cerro es de 345 metros- y goza de unas vistas privilegiadas sobre la costa de Sant Elm y la isla de sa Dragonera. Según explica Nieves Martín en su obra «Camina, caminaràs», la ruta más usual parte precisamente de Sant Elm, desde donde se toma el camino de Can Tomeuí, cuesta arriba, que se tarda aproximadamente una hora en recorrer a paso tranquilo.

En el inicio del camino hallaremos un mapa explicativo de las vías posibles para alcanzar La Trapa: la pista forestal, la ruta del Collet y la de sa Gramola. La primera resulta larga y tedioso, la segunda parte a unos 150 metros del cementerio de s'Arracó y se prolonga durante una hora y media, y la tercera comienza en el killómetro 106 de la carretera Andratx-Estellencs y resulta aún más larga.

Por eso la más breve sigue siendo la de Can Tomeuí, que atraviesa el típico bosque mediterráneo de pinos y garriga. Existen a lo largo del camino puntos rojos pintados en unas marcas que conviene seguir con atención para no perderse.

A medida que se va subiendo en altura se alcanzan las vistas al mar y se visiona la torre defensiva den Basset, del siglo XVI, sobre Punta Galera. Un poco más arriba, después de un último esfuerzo en el pedregoso camino, se llega a La Trapa, una finca de 104 cuarteradas situada a tres kilómetros de Sant Elm; allí podemos contemplar el mirador, la era, la sitja, el molino, las casas (antiguo monasterio trapense que dio nombre a la finca), las marjades y las minas de agua.

Desde aquí hay que ir bajando hacia el valle, cubierto por una vegetación baja y pobre, a consecuencia del incendio que sufrió la zona en 1994.

Las marjades, los sistemas de captación de agua con minas o galerías de hasta 22 metros de profundidad, pozos, canales y depósitos, fueron obra de los monjes trapenses en el siglo XIX. Allí tenían también sus casas, con las celdas donde dormían, los talleres, almacenes, los hornos y la capilla. Enfrente se encuentra emolí de sang, muy bien conservado, que en su día molía el grano con la fuerza de una mula. A su lado está la sitja utilizada para obtener el carbón como combustible doméstico.

Más adelante, en dirección al mirador, se encuentra la era, situada en un lugar bien aireado. En el mirador disfrutaremos de una vista espléndida sobre el mar y sa Dragonera, aunque la fuerte pendiente hacia el acantilado nos obliga a ser precavidos.

De regreso podemos escoger otro camino distintos al que hemos elegido para subir, de forma que podamos disfrutar de dos paisajes distintos en una misma excursión. Huelga decir que en un paraje como éste, enclavado en plena Serra de Tramuntana, toda precaución es poca a la hora de respetar el medio, la flora, la fauna y el entorno en general. Así que, ya lo saben, no dejen rastro de su presencia.

A.M.

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