Todo comienza en el agua -el Parc de la Mar-, vaya paradoja. Los
demonios, que reparten el fuego, las luces y las bombas, bailan sus
diabluras diabólicas. A la cabeza pasea su figura un drac muy
festivo, y saltando en derredor, con sus tridentes encendidos y sus
pañuelos rojos en la cabeza, los diablos tientan al numeroso
público que se agolpa en la avenida de Antonio Maura para tomarse
un descanso en la fuente de la Plaça de la Reina. Hablamos
decorrefoc con el que Palma cerró ayer sus fiestas de Sant
Sebastià.
En la plaza se reponen energías, pero tal como se ven, entre la
lluvia de luces multicolores que desgranan, pareciese que están
próximos a alguna voltereta diabólica. La gente se mete con ellos,
se hace cómplice de sus maldades. Ingresa entre una nube de humo
verde y roja una inmensa calavera de cabra, batiendo sus brazos y
lanzando fuego por sus manos, los redoblantes y los tambores
atronan entonces, el espacio se vuelve de un rojo infernal. Los
demonios viven su fiesta asustando. Ahora es un cuervo de dos
cabezas el que pasa, encendido de mil colores.
Los demonios y sus bestias se alejan por es Born hacia la Plaça de
Joan Carles I. Todo es fuego, luces, estruendo, color, peligro y
alborozo. Y así como empezó en el agua, termina frente a la fuente
de las tortugas. Los Dimonis d'Albopàs, los de Sant Joan, los de
Alaró, el Corb de Sant Nofre, la Marranxa d'Alaró, los Diables de
Vilanova i la Geltrú y la Foktoria de Por exorcizan a las últimas
almas al son de sus tambores, de sus cantos.
Es que el infierno es encantador.
Nico Brutti.
Fuego a discreción
Numeroso público participó ayer en el «correfoc» que despide las fiestas de Sant Sebastià de Palma