Aunque algo tarde, el Gobierno ha acabado por tener que plegarse a la realidad y admitir que su principal objetivo económico para este año que finaliza, lograr el «déficit cero», no se cumplirá. El déficit público será del 0'2% , lo que traducido a euros nos daría la preocupante cifra de 1.380 millones. Desde el Ejecutivo han insistido en que el abultado déficit se debe al excesivo gasto de las Autonomías, por más que el mal comportamiento de otros indicadores ajenos a este condicionante parecen indicar que lo que sucede es que el Gobierno de Aznar no está sabiendo capear el temporal económico que le llega del exterior.
Mientras la economía europea vivía tiempos de bonanza, el «España va bien» fue una divisa admisible, todo lo contrario de lo que ocurre ahora cuando los tiempos han cambiado. Amén del mal estado de las cuentas públicas, otros datos inducen a la preocupación. Entre ellos, una inflación que, prevista oficialmente de un 2%, es a final de año exactamente del doble; lo que además de encarecer el coste de vida, resta competitividad a la economía española frente a la de sus socios europeos. La tasa de paro, pese a los esfuerzos del Gobierno por crear empleo, ha crecido. Mientras, tampoco se han cumplido las predicciones en lo concerniente al crecimiento del Producto Interior Bruto.
El PIB, cuyo aumento estaba previsto en un 2'2%, es bastante probable que acabe el año "según datos de la OCDE" en un modesto 1'8%, cifra que no contribuirá precisamente a «alegrar» el mercado laboral. Todo ello parece indicar que el gobierno del Partido Popular ha pecado de cierto optimismo en sus previsiones, hasta el punto de que ha hecho de la previsión, simple imprevisión. Y lo malo es que la imprevisión, en economía, no es algo que se subsane a corto plazo.