Atenor de cómo fue discurriendo el día de Navidad, Palma ofreció dos caras. A primeras horas sorprendió a los poquísimos viandantes que circulábamos por la zona centro con una plácida soledad rota de tarde en tarde por el ronroneo de una moto o por el pasar de un coche. O cuando caminábamos por Sant Miquel, por el sonido del clarinete que tocaba el hombre apoyado sobre la pared y que tenía ante si apenas a nadie, pero que a él poco le importaba pues seguía tocando como si lo hiciera ante un numeroso auditorio.
Había que ver también lo solitaria que estaba Cort a las 11 y 20. En un momento determinado sólo había una mujer, sentada en su banco de piedra, hablando por teléfeno. ¡Y nadie más!. De solitarias también podemos calificar las calles de San Nicolás, Travesía Comercial y si nos apuran, Jaume III.
Sin embargo, a partir de mediodía, el panorana cambió. El sol lucía explendorosamente, y, encima, hacía calorcillo, 22 grados de máxima, por lo que los paseos se llenaron de gentes y en las playas también vimos más personas sobre su arena que en otros mediosdías. Y es que el día de Navidad animaba a salir, a pasear, a disfrutar de la mañana digeriendo la cena de la noche anterior, quien sabe si algunos la resaca, o haciendo boca para el almuerzo de Navidad que se avecinaba.
Pedro Prieto