Ingeniosa, sencilla, amena y accesible. Carmen Alborch, escritora y diputada del Grupo Socialista, pronunció ayer una conferencia en el Teatre Municipal, invitada por el Club Última Hora, sobre «Rivalidad y complicidad entre las mujeres», tema que detalló en la conferencia y que amplió con humor y realismo en el coloquio que prosiguió a la misma. Alborch inició su explicación remontándose a la historia de la mujer, «concebida como un ser incompleto que sólo tenía razón de ser junto a un hombre». Después, expuso una serie de preguntas (¿Es demasiado aspirar a un respeto explícito? ¿Somos menos que los hombres?) y planteó una serie de obstáculos que impiden el desarrollo de las aspiraciones de la mujer.
«Tenemos que aprender a vivir los conflictos. Durante años hemos vivido un matriarcado, somos moldeadas por una cultura que nos excluye, el miedo nos paraliza. El desencuentro entre las mujeres favorece el encuentro entre los hombres. Debemos asumir el riesgo de quiénes somos y configurar nuestro proyecto vital». Alborch se refirió a la rivalidad y complicidad entre las mujeres, planteado como algo positivo.
«Las mujeres no somos amigas ni enemigas por naturaleza. Nuestras vidas son endiabladamente difíciles, pero se han producido muchos avances con el paso de los años. La culpa y la rivalidad son enormes, erosionan el compañerismo y acabamos autoculpabilizándonos. La hiperresponsabilidad acaba convirtiéndonos en seres inválidos. La envidia no es exclusiva de las mujeres. De hecho, los mayores envidiosos han sido hombres».
A lo largo de la conferencia (la primera parte la leyó en catalán y la segunda en castellano), la escritora afirmó que «nos cuesta reconocer la autoridad de las mujeres. Como consecuencia, las relaciones entre nosotras se tornan más complejas. Es necesario plantearnos qué es lo que queremos realmente. Las mujeres generamos mucha autoviolencia». Autora de «Solas» y de «Malas», el título de éste último «carece de cualquier connotación bíblica. El término malas hace referencia a travesuras. Cada vez que no somos obedientes, nos acusan de ser malas y, por lo tanto, nos hacen sentirnos menos queridas».
La escritora enfatizó que hay que «salir del paradigma de la culpa, de los fantasmas intermitentes, hay que pasar de la devaluación al reconocimiento. Para ello, es importante relacionarse, asumir el reto de tomarnos en serio, huir del mimetismo con los hombres. Los cambios que se están produciendo ahora también afectan en la identidad masculina. El futuro pasa por la reciprocidad entre hombres y mujeres».