Si consultas un libro sobre simbolismo, un diccionario de términos esotéricos o de mitología y no aparece el término Ajo, deja por sentado, es mi recomendación,, que el autor «no está en el ajo». Será muy culto, un avezado investigador y si no incluye el Ajo entre sus curiosidades, puedes correctamente sospechar que de estar en la vida real, a las duras y a las maduras, no tiene ni idea.
Existen numerosos y enjundiosos tratados que tienen como protagonista el Ajo, y lo que podemos deducir, simplificando los panegíricos que se le dedican, es que cura todos los males. Y si no es que los cure o sean todos, sabemos que es un luchador invencible contra los gérmenes. Se le conoce como el «antibiótico natural». Zumo de ajo para curar las heridas del guerrero aplaca los estados de nerviosismo y defiende de las infecciones. Se advierte a las personas que tengan dificultades para la coagulación de la sangre que se abstengan de comerlo, especialmente crudo, ya que es un anticoagulante. Para neutralizar los gases que produce y el mal olor bucal que genera a quienes lo comen basta masticar unas hojas de perejil.
Podríamos seguir escribiendo sobre el Ajo, lo eficaz que es para aquellas personas propensas al infarto, angina de pecho, cómo beneficia la formación de los neurotrasmisores y favorece la capacidad de memoria, inteligencia, aprendizaje, etc. La Biblia nos cuenta la lamentación de los israelitas por los Ajos que tuvieron que abandonar en Egipto. Mi experiencia personal está en haberle colgado a mi hija cuando tenía dos años un collar con algunos ajos crudos, pelados, para ahuyentar las lombrices, con buen resultado.