Son las siete y media de la mañana y ocho amigos irrumpen en un bar de Felanitx, es la hora del desayuno. Son las ocho y media, los ocho amigos son ahora cazadores e irrumpen en la paz del monte, que atenta a su presencia parece agazaparse en su propia vegetación. Ha llegado el momento, y ahora sólo queda el júbilo del acierto o el abatimiento del fallo. Sólo sobrevivirán los más fuertes, los más adaptados, los más espabilados, en definitiva, los más dotados. Se ha abierto la veda, se buscan conejos, perdices, codornices (guàtleres), palomas torcaces (tudons), zorzales, tordos, etc. Pero sobretodo becadas (cega, sorda o chocha perdiz), la reina del bosque, la más audaz, la más astuta, la única capaz de provocar piques entre amigos, entre un padre e hijo. ¿Quién cazará la primera de la temporada?
«Si pudiera pagar 500 pesetas por cada pieza que cazo, les devolvería la vida una a una», asegura Pedro Mas, confirmando la máxima del buen cazador. La caza menor se abrió el segundo domingo de octubre (día 13) y se cierra el último domingo de enero (día 26). El tordo es estos días la estrella, la pieza más buscada, aunque esta temporada no se presenta optimista, ya que como explica Jaume Ripoll, presidente de la Federació Balear de Caça, «Llegan muy pocos, tal vez porque en el centro de Europa no hace mal tiempo y tienen comida. También puede haber influido el mal tiempo de hace unos meses en esa misma zona, lo que habrá dificultado la cría».
Casi medio millón de cazadores español está federado, aproximadamente en Mallorca hay unos 8.000, aunque se estima que hay unos 25.000 aficionados en la Isla. ¿Se imaginan todos ellos pegando tiros un domingo cualquiera?
Con cordura y juicio se adentran en el bosque, lo más importante para ellos es disfrutar de su afición y hacerlo evitando siempre cualquier impacto sobre el medio natural, aunque sólo sea por egoísmo. El único impacto que se percibe es el que recibe la pieza, seco, rápido y mortal. Allí están, Pedro Mas, Eudoquio Pérez, Àngela Pérez, David Mas, Tomeu y Jaume Ripoll, camuflados con ropa de caza, entremezclados entre los matorrales, con el reclamo manual en la boca, y a la espera de que aparezca el tordo, el tudón, lo que sea. Nada de nada.
Mientras el perro, combinando a la perfección su instinto y el entrenamiento de su amo, también se encuentra a la espera de una orden. Es el binomio perfecto, es la conjunción perfecta entre el perro y el cazador. Pero no hay viento, necesario para que Linda, en este caso, huela la víctima.
Pero llega una parada, allí está Brisca, otra cuça, ante la codorniz. El cazador prepara su calibre 12, ha llegado el momento, a Pedro le basta un disparo para abatir la primera pieza. La actividad cinegética ya ha empezado y la paciencia es el mejor aliado.
Unas horas después, la suerte no ha aparecido, solo un par de perdices y codornices han caído, y la cocina deberá esperar. Aunque no la merienda, tan sagrada como la caza en sí misma. De hecho uno se plantea si ha venido a hacer un reportaje de caza o de una merienda. Sobre la mesa hay de todo y todo cabe.
Pero David Mas, hijo de Pedro, ha venido a cazar y no a merendar y en pocos minutos aparece con una becada, ¡triunfo absoluto!, «¡Uno a uno!», grita David, mensaje directamente lanzado a su padre, que como un resorte se levanta de la mesa con una mezcla de orgullo y pique simpático. Es la caza.