Guillermo Arriaga debe rondar ahora los 44 años y es escritor. Quienes no conozcan su obra tal vez hayan visto una película mexicana titulada «Amores perros». De ser así recordarán el impacto dramático de su trama, de cómo nos muestra el lado oscuro de unos seres, de la vida. Arriaga fue el guionista de la película.
El escritor se presentó a una entrevista con unos collares de los que pendían algunos amuletos. No los llevaba por casualidad o coquetería, y a preguntas del periodista describió el sentido que para él tenían: «Éste es la Mano, herramienta con la que escribo. Este otro representa la belleza, algo con lo que quiero estar presente siempre. Éste, un Pescado, que me recuerda que soy Piscis. Y este otro, un Diente de Tiburón, para acordarme de que tengo un lado oscuro».
Las palabras de Arriaga simpatizan con lo que aquí postulamos, con el sentido que damos a estos símbolos: la protección que surge de la conciencia, del recuerdo. Tener presente algo puede ser una advertencia protectora. Y viene a cuento al explicar con gran claridad lo que es el Diente de Tiburón. La boca del Tiburón es una máquina de devorar. Aun cuando nos hablan de especies de tiburones que no son sanguinarios, ver las fauces abiertas de este escualo probablemente haga que nuestro cuerpo se retire por precaución. La boca del Tiburón está asociada con una insaciabilidad dañina, con el atacar al olor de la sangre, sin más, ciegamente, con desesperación. Es un terror que no atiende a razones.