Porque probablemente sea el periodista de Balears que más veces haya hablado con Mario Conde (desde luego, si juntáramos todo el tiempo no sumarían más de 20 horas), lo cual no sé si es una virtud o un defecto, aunque pienso que puede ser más lo primero que esto último, pues si la obligación del preso es escaparse, la del periodista es pillar, a veces, sea como sea. Y a pesar de que al principio, cuando las relaciones Conde-prensa no eran las mejores, no nos lo puso fácil.
Eran tiempos en que Mario, de forma vertiginosa, había ascendido a lo más alto del Olimpo. Era cuando le invitaba todo el mundo, cuando se había convertido en el ejemplo a seguir, cuando muchos padres lo hubieran querido como hijo, muchas madres como yerno, muchas chicas como novio, algunas universidades como Doctor Honoris Causa, algunos ministros como asesor -Solchaga, por ejemplo, se lo llevó con él a Rusia a no sé qué historias de finanzas y algunos periodistas, para que le contaran cosas que les permitieran, al día siguiente, lucirse con un buen artículo, reportaje o entrevista.
Debo de reconocer humildemente que desde que le vi en lo más alto, fui a por él. Iba a ser el personaje más glamouroso de este país. ¡Y además veraneaba en Mallorca! Así que dejé que pasara aquel invierno, y apenas había puesto los pies en Palma, me coloqué en la rampa de salida; pero debo de reconocer también que fue en vano, pues, aparte de que nada quiso saber de nosotros, y de que iba blindado con escoltas, su coche corría más que el mío y, en el mar, el Pitágoras ponía distancia entre él y servidor. Seguramente la primera foto que le logramos hacer de frente fue la de aquella noche de principios de verano, recién estrenada la Era Conde, en que éste llegaba a Palma de noche. Se lo dije a Carlos Agustín, por entonces fotógrafo de esta casa. «Le esperas a la salida de vuelos privados, y le das» Y Agustín le dio, ¡vaya que si le dio! Y Mario flipó, y con cara de perplejidad apareció a la mañana siguiente en este diario. Menos era nada.
Aunque, realmente, la primera vez que tuve un contacto, o mejor, que tuvimos un contacto, fue cuando presentó el barco Banesto que iba a participar en la Copa del Rey. Fue tres o cuatro días después de que Germà Ventayol, tras no pocas conversaciones con intermediarios, logró entrevistarle en el interior del Pitágoras, amarrado en el RCN de Palma. Aquella mañana, en puertas de una nueva Copa del Rey de Vela, Mario invitó a la prensa a tapas en el Capricho, su bar de Puerto Portals, frente al amarre del Banesto, en el que posteriormente estaba previsto que le hiciéranmos las fotos, sin duda la noticia del día siguiente: Mario, en calzón corto, posando y hablando. ¡Dios había bajado a la Tierra! Cuando se disponía a soltarnos el discurso, aparecieron los Reyes. Total, que nos fuimos todos tras Sus Majestades dejándole plantado con las patatillas y el Jabugo, pues donde hay Rey no manda banquero. ¿Qué pasó luego? Pues que cuando terminamos de hacer fotos a los Reyes, regresamos al Capricho. Pero ya no vimos a Mario. ¿Se había mosquedado? Posiblemente. Los otros eran los Reyes, pero él era dios. ¿Cómo podíamos dejar plantado a dios por un rey?
Tras varios veranos de buscar un acercamiento, siempre en vano, ya digo, y cansado de robarle fotos, cuando empezaba a desistir en el empeño, comenzó su mala racha, apareciendo en prensa las primeras denuncias contra él que terminarían en procesos, encarcelamientos, libertades, nuevos procesos, más encarcelamientos, hasta hoy, en que de nuevo está en prisión. ¿Quieren que les confiese algo? Sí, lo debo de contar, sobre todo por aquéllos que antes le alababan y ahora le ponen de vuelta y media y encima se ponen medallas diciendo, ya lo advertí yo, hace años ya lo decía, cuando realmente ni advirtieron ni dijeron nada, sino más bien aplaudían y reían todo cuanto hacía el banquero. Que ahí están las hemerotecas.
Miren, un día, estando esperando a alguien en Son Sant Joan coincidí con José Luis de Vilallonga, que también esperaba a alguien. «¿Sabes lo que te digo? -me dijo, señalando una fotografía de Mario que ilustraba la página de un diario, seguramente La Vanguardia-, pues que a no mucho tardar, le veremos con esposas, camino de la cárcel». Repito, eran tiempos en que Mario aún estaba en la cumbre, lejos, lejísimos, del ni te lo puedes imaginar cómo ha terminado este hombre. Y acertó, evidentemente, pues años después pasó lo que todos ustedes ya saben, una serie de procesos que han culminado con 20 años y dos meses de cárcel.
Ya en pleno vaivén, cuando algunos de sus amigos comenzaban a dejar de serlo, cuando los pelotas vieron que no era conveniente seguir siendo sus felpudos, cuando la Banca, ya descaradamente, se desmarcaba de él, cuando algunos políticos recelaban de él, cuando algunos de los periodistas que le habían perfumado con incienso comenzaban a darle la espalda, cuando lo blanco se comenzó a convertir en negro -lo cual no es de extrañar en un país en el que fácilmente uno se cambia de camisa, es dado a hacer leña del árbol caído y capaz de justificar lo injustificable sin rubores ni cargos de conciencia-, surgió mi ocasión. Fue a raíz de la publicación de un libro que escribió él, «El sistema». Le mandé un fax a Madrid, pidiendo una entrevista, más que nada por ver qué pasaba.... ¡Y pasó! Me llamó y me citó para tres días después en Triana, 5, su casa, donde me recibió como si se tratara de un amigo.
Antes de verle me hicieron esperar un ratito en el recibidor, en el que se hallaba un marco de plata, más bien grandecito, que contenía una fotografía en la que estaban el Rey y él, muy sonrientes los dos. Era la del día en que Villapalos le nombró Doctor Honris Causa. «Pues cuando le vengan a detener -me dije- lo primero que verá la policía será esa foto», la de Mario en amistosa actitud con el Monarca, con quien, según me contó años después, había estado, coincidido y hablado, bastantes veces. Conversé con Mario por espacio de dos horas, y el contenido lo plasmé en otras tantas páginas con varias fotografías, en una de ellas él y yo juntos.
Al verano siguiente, estando de vacaciones en Can Poleta, le llamé, me invitó a su casa y charlamos otra vez. A partir de ahí, cada vez que venía a la Isla, le llamaba y hablábamos. Para mis adentros me decía: «Me temo que te estás quedando solo, pues mientras la mayoría de colegas le están dando más que a una estera, a ti, como persona, te está cayendo cada vez mejor». Por ora parte, algunos me decían que me estaba utilizando. Bueno, ¿y qué?, replicaba yo. En todo caso, nos estaremos utilizando mutuamente, ¿no?, pues yo conseguía hablar con él, cosa que a lo mejor otros no alcanzaban. Es más, puedo decir que hasta me daba noticias. Por ejemplo, cuando fundó la revista MC, lo contamos aquí, en primicia, me atrevería a decir que nacional, porque con pelos y señales me lo había contado él; es más, me mostró la que sería primera portada. También me contó con todo tipo de detalles que iba a presentarse a las elecciones, adelantándome que lo iba a tener difícil, pues se temía un boicot dirigido por el poder, como así sucedió, pues ni incluso pagando, apenas su nombre sonó en aquella campaña, para él desastrosa.
Y ya no hablemos de cuando se armó todo aquel revuelo con motivo de su salida de la cárcel en verano del 98, en que me permitió publicar una carta que, con fecha de 12 de julio de 1998, me había enviado desde Alcalá Meco en la que me contaba su vida carcelaria, carta muy leída por lo tremendamente difundida que estuvo en todo el país, a raíz de su publicación por este diario, Ultima Hora . También creo que fuimos los únicos, cuando no los primeros, en publicar una entrevista que Mariana Díaz y servidor hicimos a su esposa, Lourdes Arroyo, aquel verano en que él estaba en la cárcel. Ella, gran mujer y mejor esposa, le defendió a muerte.
El último verano también tomamos café juntos en Can Poleta, y luego un refresco en el club náutico de Pollença. Pero esta vez no hubo entrevista. ¿Para qué?, me dijo, si lo que tenía que decir ya lo he dicho. Eso sí, me comentó que había cambiado la Culpix 950 por una Nikon, que estaba cada vez más metido en temas de fotografía digital e Internet, y me comentó un montón de cosas que no me explico cómo no las ha contado ahora. Aunque no dudo que de haberlo hecho también hubiera terminado en la cárcel -no olvidemos que su sentencia, para la Justicia, es ejemplarizante- pero muchos en este país, hubieran quedado sonrojados, en evidencia, con el culo al aire y dando que pensar. ¿Por qué se calló? ¿Que qué voy a hacer ahora? Seguir esperando. Pues Mario, que, conmigo se portó siempre bien, seguirá siendo noticia, incluso en la cárcel. Y ya no hablemos cuando salga. Y como tire de la manta, más todavía. Y es que éste es mi trabajo. Soy como el preso que les conté antes. Mientras aquél tiene el deber de huir, yo debo de tener paciencia.