Desde del mirador que tiene delante de su vivienda, Nissan ben Abraham señala hacia el conjunto de casas que emergen en la colina de enfrente, presididas por dos mezquitas cuyos estrechos minaretes se elevan hacia el cielo, y dice: «¿Ves ese pueblo de ahí? Es Cariot, el lugar donde nació Judas, el apóstol, el que dicen que vendió a Jesús. Pues bien, si hasta unos años, pocos, nos llevábamos bien con ellos, ahora, al estar dominados por los árabes, la cosa ha cambiado». Debido a la incertidumbre e inseguridad que reina en el lugar, que por lo que vemos viene a ser como una isla israelí perdida en una océano palestino, aparte de haber instalado una barrera en la entrada del mismo que se abre y se cierra controlada tras ver quien entra y sale, los varones del asentamiento, armados con fusil, patrullan por las noches. «Desde hace muchos meses pago para no hacer guardias, pues tras una noche de vigilia al día siguiente no estás en condiciones de trabajar», explica.
Nuestro paisano Nicolau Aguiló, Nissan ben Abraham desde hace veinte años en que abrazó el judaísmo y se fue a vivir a Israel, nos ha invitado a ir a su casa, en Shiló (o Siló), en pleno desierto de Samaria. «Seguramente mi mujer no estará -nos advirtió en Jerusalén, al subir en el autobús-, ni tampoco todos mis hijos, pero al menos conoceréis donde vivo». De los once hijos que tiene, sólo encontramos en casa diez, lo cual no es habitual. «Tres nacieron de uno en uno, luego llegaron los mellizos, luego cuatrillizos y por último mellizos», recuerda. «Pues seguro que Franco te hubiera dado el premio a la natalidad», le digo, arrancándole una carcajada, mientras Pere Bonnín nos recuerda que posiblemente, junto con Anselm Turmeda, sean los dos mallorquines más fecundos allende nuestras fronteras.
Horas antes, Nissan nos había ido a saludar a nuestro hotel, y desde allí, a pie, nos invitó a que le acompañáramos hasta la explanada del Kotel, o Muro de las Lamentaciones. Era el día de Tishsá be Av, o aniversario de la destrucción del templo, «y -nos dijotengo que rezar». Nissan se tocaba con el kipá, que a su vez cubría con una gorra blanca, tipo siciliana, y de su cintura caían las cuatro tiras de hilos llamados Tsi tsit, «que nos ayudan a recordar los 613 preceptos de la Torá». Calzaba zapatillas blancas, «pues tal día como hoy, la Ley dice que no debemos llevar zapatos de cuero». Cuenta que se instaló en Israel hace más de veinte años. «Fue un paso esperado -recuerda- porque vivir como judío prácticante en el extranjero, y más en Mallorca, donde no hay comunidad judía, es muy difícil y complicado. Además, si tras dos mil años de Diáspora surge la posibilidad de regresar a la tierra de Israel, la tienes que aprovechar».
Nissan evoca que durante su infancia, «en la escuela, recibí muchos golpes por el hecho de ser judío sin serlo, ya que por entonces no practicaba el judaísmo. A los 12 años comencé a investigar sobre el pueblo judío y me fuí dando cuenta de que mi lugar no estaba allí sino aquí, y desde ese momento decidí que me venía, cosa que hice tras la mili. Además, sabía algo, bastante, de hebreo, que aprendí solo, pues no tenía muchas más cosas que hacer. Los primeros tiempos aquí no fueron fáciles, pues tuve varias crisis que logré superar, entre otras cosas porque aquí estaba mi futuro, mi vida, mientras que en Mallorca no dejaba amigos, tan solo amigos superficiales con los que únicamente hablas del tiempo y del fútbol, cosas que a mi no me interesan para nada. El primer periodo lo pasé en un kibutz religioso, o -nos aclara- comunidad en la que las propiedades son de todos. Allí terminé mi formación y empecé a trabajar y a estudiar hasta que el rabino me dijo que, como no me había criado en una escuela judía, debía de ir a estudiar, pues él veía que tenía posibilidades de progresar. Así que fuí a Jerusalén, donde adquirí los conocimientos que precisaba y, sobre todo, aprendí a estudiar, que es otro de nuestros grandes placeres».
El mallorquín nos explica que «Dos años después conocí a una mujer judía polaca con la que me casé. Posteriormente superé los exámenes y fuí rabino. ¿Mi misión? Mira, el rabino no tiene ningún cargo oficial, por tanto su misión es la de atender a la gente que acude a tí, sobre todo ofreciéndole ayuda psicológica y social, lo cual compaginas con el estudio que sigues haciendo como puedes, ya bien a través de una beca, ya bien trabajando, como yo, que soy maestro». Antes de acceder a la gran explanada del Muro se lava la manos en la fuente y, frente a la puerta que da acceso a aquel lugar sagrado para los judíos, extrae del maletín negro, de tela, el talit, especie de túnica o mandil de color blanco, que coloca sobre su cabeza y hombros, y como va a hacer la oración de la mañana, ata sobre la frente, y a continuación sobre su brazo izquierdo, con correas de cuero, las tefilin.
Luego, durante unos veinte minutos, junto con otros judíos ataviados como él, rezan y leen la Torá con gran devoción. Todo eso entre la multitud que abarrota el lugar y bajo un sol que por momentos se hace inaguantable. Para nosotros, que no para ellos, que tan ensimismados están en las oraciones que parece como si lo demás no contara. El camino hasta la parada de taxis lo hacemos a pie por aquel entresijo de calles y tejados que configuran los barrios judíos y cristianos del viejo Jerusalén. Nissan recuerda que cuando estudiaba en Palma, un profesor le hacia la vida imposible por su condición de descendiente de judíos. «Hizo todo cuanto estuvo en sus manos para que me echaran del centro, pero no lo consiguió».
Para acceder a la estación de autobuses debemos de someternos a un control policial, algo a lo que ya nos hemos acostumbrado. El autobús que nos llevará a Shiló va semivacío. Una vez acomodados en su interior, Nissan, golpeando suavemente cristales y carrocería, nos tranquiliza: «Veis? El autobús está blindado. «Pero -ahora nos intranquiliza- eso no sirvió de nada en el atentado del otro día en el asentamiento judío de Emmanuel, donde una bomba que estalló en la carreta hizo parar al bus, y cuando los que iban dentro salieron alarmados, se encontraron con policías judíos, armados, esperándoles, lo cual les tranquilizó momentáneamente, pues de inmediato comenzaron a disparar sobre ellos matando a unos cuantos. Y es que no eran policías judíos, sino terroristas palestinos disfrazados. ¡Fijaros hasta donde llega esa gente para matar a inocentes!». Luego, señalando hacia el techo del coche, farfulló: «Ahora se dice que los van a blindar, porque como a veces disparan desde las montañas, pues también matan a la gente desde arriba».
El trayecto hasta Shiló por el desierto pedregoso de Samaria durará algo más de una hora, más que nada debido a los controles que debemos de pasar y a un desvío que nos obligan a hacer a pocos kilómetros de Ramala, la capital del territorio palestino. Durante el camino, tras recordarnos que en poco espacio de tiempo, comandos palestinos asesinaron a tiros a dos alumnos suyos. «A los árabes, ya bien vivan aquí o lejos de Israel, a través de nuestra carta de Independencia les ofrecimos la paz, les tendimos la mano en señal de amistad. ¿Y cómo nos respondieron? Con bombas y tiros, o bien, suicidándose matando».
La opinión que tiene Nissan sobre el por qué matan los palestinos a los judíos, o se matan matando, es clara: «No se inmolan, como dicen, porque los judíos les hayamos amargado la vida. Su odio hacia nosotros arranca desde la escuela, donde les inculcan ese odio, hasta el punto de que no les importa matarse si matan a un judío. Porque la muerte para ellos es un rito, pues les han dicho que en el paraiso les esperan 72 vírgenes, vino y cosas que en la tierra les están prohibidas, aparte de que para su familia su muerte es una gran gloria, y en muchos casos compensada económicamente».
Al igual que José Fuster y Janna Simon (o Ana Canals Durán, o Hana Simon), Nissan cree que en Occidente se están tergiversando mucho las cosas en la causa judeo palestina, «publicando que nosotros somos los malos mientras ellos son los buenos. Que nosotros entramos en Yenin y destruimos la ciudad matando a la gente, cuando, ni hubo tantos muertos ni tanta destrucción. Lo que no se dijo es que durante el registro, no sólo de Yenin sino de las demás ciudades controladas por los palestinos, los soldados encontraron más de dos cientos coches bombas preparados y más de trescientos cinturones para que los kamikaze los hicieran estallar en cualquier parada de autobús o supermercado. ¿Por qué no se cuenta eso?» En Shiló visitamos la escuela donde trabaja Nissan, conocemos a diez de sus once hijos, nos muestra el libro que está escribiendo e insiste en que «queremos vivir en paz con todo el mundo, ellos incluidos»