Cuando se aproxima el final del curso escolar 2001-2002, llega el momento para muchas personas de buscar un centro para matricular a sus hijos. Las preferencias por uno u otro han movido a muchas personas a valerse de trucos propios de la picaresca, como empadronarse en el lugar en el que ciertamente no residen, con la única finalidad de conseguir plaza en el centro escolar deseado.
Lamentablemente, los hijos no siempre piden ir al colegio elegido por los padres. Ahora el criterio determinante es el de la proximidad del domicilio familiar, aunque se haya falsificado la inscripción en el censo. Otro criterio, como sería la confianza que una determinada institución docente le merece a una familia, no tiene ningún peso.
El problema de fondo sigue siendo el de la calidad de la enseñanza. Son muchos los que piensan que los centros concertados ofrecen un mayor nivel educativo, o de exigencia, que los públicos, lo que provoca ausencia de plazas en los primeros y excedente de las mismas en los segundos. Tampoco se puede obviar que la masiva presencia de hijos de inmigrantes en algunos colegios de determinadas zonas retrae a numerosos padres, que prefieren otro tipo de compañeros para sus hijos. Esta es la cruda realidad.
En cualquier caso, de lo que se trata es de poner orden por parte de las autoridades responsables y no permitir que prevalezcan los trucos para acceder a un colegio u otro.
Pero, sobre todo, es preciso lograr que la calidad sea la misma en la enseñanza pública y en la privada concertada. Sólo de este modo se puede evitar que se establezca una peligrosa división social entre alumnos, que únicamente contribuiría a crear guetos y círculos de marginalidad.