Desde el pasado domingo, una representación en nombre del Govern encabezada por Fernanda Caro, consellera de Benestar Social, y el director general de Cooperación Llorenç Pons, acompañados por el presidente de Veïns sense Fronteres, Jaume Obrador, y un técnico en cooperación, Joan Fortuny, se encuentran en Bujumbura (Burundi) en doble misión. En primer lugar para ver cómo están funcionando los proyectos que se llevan a cabo en distintos puntos de este país y que han sido financiados por Govern, Ajuntament, Fons Mallorquí de Solidaritat y ejecutados a través de Veïns sense Fronteres, y por otra para contribuir en el proceso de democratización del país centroafricano.
Tras pasar rápidamente por el hotel donde nos hospedamos para dejar las maletas y cambiarnos de ropa, nos dirigimos al despacho de Suzuguye Deo, director general de Asuntos Penitenciarios. Nos acompañaban Gahungu Laurent, presidente de ABDP (Asociación burundesa de los derechos de los presos) y diputado en la asamblea nacional por la sociedad civil, y Jaume Obrador, en su condición de presidente de Veïns sense Fronteres, el director general de Cooperación de la Conselleria y el citado técnico de proyectos de desarrollo. Antes de visitar la cárcel central de Bujumbura, llamada Mpimba, Deo reconoció que había muchas deficiencias en el sistema carcelario y que no todos los que estaban encarcelados eran culpables, a la vez que pedía a la delegación balear apoyo a un proyecto de mujeres presas, sobre todo en lo que se refiere al cuidado de sus hijos, que según la ley pueden estar bajo su tutela hasta los cuatro años.
A continuación nos desplazamos hasta la cárcel, en las afueras de la ciudad. Desde hace tres años, Mallorca ha hecho entrega de medicamentos en este establecimiento para combatir la malaria, causante de numerosas muertes en el mismo, pues si como cárcel es un lugar incómodo, ésta, que alberga más del doble de presos de los que puede, lo es mucho más. La mayoría de reclusos están en ella acusados de genocidio no probado a la espera de un juicio que nadie sabe cuándo tendrá lugar.
Mientras tanto, el Ajuntament de Palma, a través de «Policies solidaris», ha hecho llegar a ABDP una subvención de algo más de un millón de pesetas que han sido invertidas en la adquisición de una fotocopiadora gracias a la cual se les podrá entregar a los reclusos copia de sus expedientes para que, a partir de ellos, puedan saber de qué se les acusa e iniciar los trámites para su defensa. Según explicó la consellera Caro, se van a poner en marcha otra serie de microproyectos, algunos de los cuales tienen que ver con la formación profesional de los presos en vista de una posible salida a medio plazo. Entre estos proyectos está una carpintería, que se instalará en algún espacio del centro, al que se tendrá que dotar de maquinaria, y otro, de albañilería: enseñarles a hacer ladrillos. Hay también un tercer proyecto, del que se habló a lo largo de la visita, y en el que tienen que ver la Conselleria d'Interior, consistente en colaborar en formar a la policía de Bujumbura, «una policía democrática», recalcó Jaume Obrador, en el que Juan Feliu, ex jefe de la Policía Local de Palma estaría dispuesto a trabajar.
Respecto al contenido de la visita que hicimos al penal de Bujumbura, lo podríamos calificar, simple y llanamente, de impresionante. O mejor, alucinante. Fue como ir a otro mundo. Tan próximo al nuestro pero a la vez muy distante. Fue, además, una visita con luz y taquígrafos, en la que no se nos ocultó absolutamente nada. De ahí que pudiéramos entrar tranquilamente en el ala destinada a mujeres, ver sus habitaciones, conocer a sus hijos, fotografiarlas con ellos, conocer algunos casos, espeluznantes en su mayoría, pues la que no había cometido un homicidio "algunas un infanticidio" había sido acusada de colaborar con los guerrilleros hutus. ¿O eran tutsis? ¡Qué más da! Y allí estaban, a la espera de un juicio que nadie sabía decirles cuándo tendrá lugar.
Los hombres... pues lo mismo, aunque bastante más hacinados que las mujeres. Y es que son más, ¿saben? La mayoría se encontraba en el patio uniformados de verde bajo la atenta mirada de los cabos de vara. Otros nos sacaban las manos por entre unos huecos que había en las paredes pidiéndonos refrescos. Otros, enganchados a la locura, dormitaban sobre un sucio lecho o bien se pasaban el rato gritando o gesticulando, como idos para siempre de este mundo, sin que nadie les prestara el menor caso. Por último, antes de regresar al patio, recorrimos la galería de los sidosos terminales. ¡Para poner los pelos de punta! Uno, un esqueleto viviente, aguardaba el final de sus días echado sobre el colchón, alimentándose de suero; el resto, como podía, dejaba pasar las horas.
Y luego, los niños. De menos de cuatro años, jugando con los mayores, bailando con ellos, estando presentes en sus conversaciones. Los hay que no sólo tienen a la madre allí, sino también a su padre y sus otros hermanitos. Dramático y al mismo tiempo enternecedor. No me extraña que Fernanda Caro haya querido conocer a fondo su historia con el fin de poner en marcha un proyecto para ayudarlos. Aunque para enternecedor, y al mismo tiempo dramático, lo del médico burundés encarcelado por cuestiones políticas, que se encarga de clasificar los medicamentos en la estantería de un cuarto de paredes sucias a la espera de que se ejecute su condena: pena de muerte.