La carretera de Valldemossa ofrecía un aspecto desolador después de la tala de casi un centenar de viejos cipreses que flanqueaban la vía, ahora en proceso de ampliación. La tala se llevó a cabo el sábado, cuando la carretera registra menos tráfico, al ser un día no lectivo en la Universitat.
Desde la Conselleria d'Obres Públiques se alega que en principio se optó por trasplantar los ejemplares, pero su avanzada edad limitaba las posibilidades de éxito a menos del diez por ciento, por lo que se desestimó la idea, optando finalmente por la drástica tala de todos los árboles.
En el antiguo mundo mediterráneo, el ciprés "y el olivo" se plantaba a las puertas de cada casa como símbolo de hospitalidad y de paz. Hoy las cosas, por lo visto, han cambiado tanto que un árbol, aunque sea adulto y hermoso, se considera un obstáculo para la realización de unas obras. Y como tal se retira y punto.
Qué distinta postura han adoptado las autoridades autonómicas a la hora de defender la supervivencia de otros árboles, también de edad, como son los pinos de la Porta de Santa Catalina. Ahí se han generado protestas durante meses, desde los políticos del Pacte a grupos de vecinos. Ahora, en la carretera hacia el campus, la situación ha sido muy otra. Nadie había anunciado la tala, por tanto nadie ha tenido tiempo de reaccionar. Hoy ya es tarde y lo único que queda es la incoherencia de una consellera, la de Medi Ambient, que protesta por la tala de pinos municipales pero que no puede evitar que su propio Govern arrase casi un centenar de cipreses.
Este nuevo episodio del conflicto PP-Pacte debería ser motivo de reflexión. No se pueden usar la arena o los árboles como armas arrojadizas. Cualquier proyecto, sea la regeneración de playas o la ampliación de una carretera, obliga a tomar algunas decisiones nada fáciles. Hay que evaluar el posible impacto ambiental o paisajístico y, sin radicalismos, elegir la opción más beneficiosa para los intereses de todos.