El día 16 de abril de 1912 Sóller veía llegar su primer ferrocarril, ante una gran expectación popular. Fue aquel un día histórico en la memoria de la villa. El silencio ancestral del fértil valle de los naranjos, quebrado sólo por el rumor de sus caudalosos torrentes, registraba a partir de aquella fecha un nuevo sonido, íntimamente vinculado al progreso social. Desde entonces han transcurrido 90 años. Un tiempo que ya forma parte de la historia de Sóller y de las comunicaciones ferroviarias de Mallorca, pero que ahora se proyecta bajo el signo de la incertidumbre: en enero de 2011 finaliza la concesión. Entonces, la Administración deberá decidir si el servicio debe ser absorbido por la SFM (Servei Ferroviari de Mallorca) o se abre una nueva concesión.
El actual equipo humano, integrado por un centenar de operarios bajo la gestión directiva de Rafael Sierra, mantiene una actividad constante. A lo largo de los últimos 17 años, cuando inició su gestión, ha reformado los automotores y renovado toda la vía y el sistema eléctrico desde el Port de Sóller hasta Palma. En el interior del taller mecánico y la carpintería se siente el palpitar de un mantenimiento que ha permitido su pervivencia fuera del tiempo. Allí, en un alarde de pericia artesanal, se arreglan ejes, se pintan carrocerías y hasta se montan vagones enteros con sus genuinos acabados de madera. La motivación debe de ser muy grande, indica Sierra, ya que de lo contrario este pequeño milagro no sería posible. Una empresa eminentemente romántica que, lejos de buscar la rentabilidad a cualquier precio, ha sabido mantener los esquemas originales, adaptándolos a partir de los años 70 a la industria turística.
En la actualidad la fórmula «vuelta a la Isla», coordinada por los touroperadores y que incluye el viaje en tren y tranvía, más el viaje marítimo a la Calobra, supone seiscientos mil billetes por ejercicio. La inversión para mantener viva esta formidable «máquina del tiempo», como se le denomina en los eslóganes de publicidad supone 250 millones de pesetas al año, que se destinan a la plantilla y el mantenimiento, pero no hay pérdidas. Del millón de pasajeros transportados a lo largo de los doce meses, un ochenta por ciento son turistas y excursionistas. Presencia que, por cierto, se remonta a 1927, como lo atestigua una foto de la época, con Thomas Cook. La apertura del trazado en 1912 representó la eliminación del lento servicio de diligencias a través del coll que, desde su inauguración a mediados del siglo XIX, constituía la única alternativa de transporte terrestre.
Con anterioridad a esta fecha, Sóller sólo era accesible a través de un camino de herradura y, como es obvio, por vía marítima, gracias a su abrigado puerto en forma de concha. La construcción de la línea Palma-Sóller, la más espectacular de la Isla por la configuración geográfica del terreno, despertó desde un principio un especial interés, a medida que se perforaban los diferentes túneles "el mayor de casi tres kilómetros de longitud" y viaductos, entre los que destaca el de Monreals, de 52 metros de largo formado por cinco arcos de ocho metros de luz. El aislamiento secular que desde siempre identificó a la villa del norte de Mallorca le otorga el peculiar carácter que la diferencia del resto de poblaciones de la Isla. La llegada del tren coincidía además con el auge de la industria textil, de cuya importancia dan testimonio las numerosas fábricas abandonadas que aparecen dispersas por todo el núcleo urbano.
A medida que transcurría al presente siglo, se acentuaba el ritmo del progreso técnico y en 1928 las espectaculares locomotoras a vapor cedieron el paso a los automotores eléctricos Siemens. Desde entonces, la línea no ha sufrido otras alteraciones que el incremento en el número de unidades y la adopción de nuevos sistemas electrónicos y de seguridad. El valor como patrimonio histórico del tren de Sóller no se reduce al parque ferroviario, que suma cuatro máquinas y 19 coches más los 10 automotores, 10 jardineras y dos remolques del tranvía. Así, afecta también a las magníficas estaciones con fachada de piedra que constituyen interesantes elementos arquitectónicos, con profusión de detalles decorativos de estilo modernista, entre los que destacan las marquesinas.
La estación de Sóller, inmersa aún en aquella peculiar y poética atmósfera belle époque, elegante y melancólica, anterior a la Gran Guerra, se ubica en un antiguo casal de 1606, lo que le confiere el título de la más antigua del mundo. En el recinto, sombreado por una frondosa arboleda de pintoresco aroma, se encuentra la última rotonda ferroviaria de Mallorca. El tren de Sóller, en su 90 aniversario, junto con el tranvía y el resto de instalaciones, representa uno de los vestigios ferroviarios más interesantes de Europa. Y el único que, más allá del interés turístico, mantiene un servicio regular diario todo el año, conservando así su función original. Una particularidad que se debe preservar, ante el horizonte del centenario.