Sentir la diferencia en la propia carne. Éste es el objetivo del experimento que el profesor de ética y filosofía Guillem Cortés está realizando con los alumnos de cuarto de ESO de un céntrico instituto palmesano. Esta iniciativa se aplicó, hace unos años, en el instituto de la barriada de Son Gotleu con resultados totalmente sorprendentes. Durante una semana, un grupo de 28 jóvenes se ha puesto una cinta de color amarillo en el brazo. Este distintivo no tiene ningún elemento diferenciador. No es símbolo religioso, ni sectario, ni sexual, ni denota pertenencia a ningún grupo ni asociación. Es, sencillamente, lo que es: un distintivo.
El profesor puntualiza: «Está pensado para que los chicos vean que las discriminaciones son muchas veces gratuitas. Por eso es muy importante que nadie de su entorno sepa por qué lo llevan. Es muy importante que lleven el brazalete en todos los ámbitos de su actividad, saber qué han sentido, qué han experimentado. También es preciso insistir en que no se autocensuren. Normalmente los que se sienten más seguros de sí mismos tienen más reparos a la hora de ponérselo».
Cortés dice que «en Son Gotleu observamos que mucha gente los insultaba porque sí, los padres tenían miedo de que hubiesen caído en una secta, les llamaban 'gays', les proferían insultos sexistas, de corte fascista. Muchos de sus compañeros no se querían juntar con ellos, es decir, provocaban un rechazo». Este experimento se realiza casi por casualidad en un momento en que marcar la diferencia está causando estragos en el país. Conocido es el caso de Fátima, la niña musulmana que va a clase con el pañuelo en la cabeza y que ya ha provocado discriminación en un determinado sector de la sociedad. En pleno año 2002 son significativos los experimentos o pruebas que pongan en entredicho la capacidad de tolerancia de los mallorquines.
El ciudadano Juan M. Pol, tan sólo a cien metros del instituto, aseguró ayer mientras paseaba que «yo no soy para nada racista, ni he discriminado a nadie nunca. Respeto a todo el mundo y sus costumbres». Pol, evidentemente, desconocía la prueba. ¿Qué pasaría si viese el brazalete? ¿Cómo reaccionaría?. «La gente discrimina gratuitamente, criticando sin ninguna justificación. El proyecto ha creado rechazo de entrada. Hay alumnos que ya lo han perdido o que dicen que no lo han podido llevar en el trabajo. Se dan excusas. Es increíble ver cómo una cinta de dos centímetros de grosor crea tanta presión psicológica. Esto provoca inquietud en la conciencia de los demás. Si no se puede clasificar a alguien en algún lugar, uno se siente incómodo», puntualiza Cortés.
Rafael es uno de los alumnos. Gracias al brazalete en la clase hay un ambiente especial, diferente. Pese a su aspecto tímido, no duda en hablar sobre su experiencia: «Toda la gente pregunta por qué lo llevamos. Nos han dicho locos y drogadictos. Yo me lo tomo a broma. Decimos que lo llevamos porque nos gusta, o porque está de moda, pero nada más». Esther dice que «no he tenido problemas. Desde luego, notas miradas raras. La gente te mira y es como si te dijeran con los ojos: ¡mira ésta cómo se ha pinchado y se ha dejado la cinta en el brazo! Muchas malas caras de desconfianza, no sólo en el autobús, sino en la misma calle». El próximo lunes se conocerán los resultados del experimento. Aunque una semana es un tiempo relativamente corto, habrá servido para poner en entredicho algunas reacciones ocultas.