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Adiós al «barrio chino» de Palma

Las primeras excavaciones arqueológicas, previas al derribo de las casas, empiezan a partir de hoy

Una pala excavadora ha iniciado los trabajos esta semana. Foto: JOAN TORRES

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Desde hace unos días hay una pala excavadora situada en la calle Flassaders. A partir de hoy trabajará, con delicadeza, buscando los posibles restos arqueológicos de valor que pueda haber en los alrededores, paso previo al derribo de las viviendas del «barrio chino» de Palma. La desaparición del «barrio chino» se enmarca dentro de un proyecto de rehabilitación de la zona algo más amplio, que abarca parte del casco antiguo, y que es denominado como «proyecto de rehabilitación de sa Gerreria», aunque, curiosamente, la barriada nunca fue conocida con este nombre ni con el de «barrio chino», denominación que sólo abarcaba unas pocas calles, las comprendidas entre Socors, Ballester y Ferreria.

La sensación mayoritaria entre las pocas personas que aún viven allí es de tristeza. Y quizás sea este sentimiento, el de tristeza, el que ha caracterizado es brut, incluso en sus momentos de mayor esplendor. Tristeza de las luces de neón en las noches frías del invierno, de los cuerpos derrotados de las prostitutas, de la aparente alegría de los clientes. Tristeza de quienes tuvieron que abandonar la zona hace años debido a su degradación. Y tristeza de todas aquellas personas que ahora no tienen donde ir.

Algunas calles están ya tapiadas, acentuándose de este modo, aún más, su condición de gueto. Las placas identificativas de algunas calles han sido retiradas. No podemos conocer su verdadero nombre, como no podemos conocer tampoco el de las prostitutas que siguen trabajando allí, buscando algún cliente. En la calle. Cansadas. Olvidadas. Solas. Todo tiene un aspecto espectral y triste. Los contadores han sido retirados. En algunos balcones aún hay ropa tendida. Hace mucho viento. Dos mujeres están vaciando el bar Hollywood, limpiando con mimo diversos objetos con un cubo de agua fría. Se van, pero quieren hacerlo con un mínimo de dignidad.

Francisca vive en una pensión con su marido y deberá abandonarla en unos días. «No tenemos donde ir», dice. En Hostal de l'Estel varias mujeres dicen que la rehabilitación está bien, pero piensan con tristeza en su futuro, porque no saben cuál va a ser. Isabel llevaba quince años trabajando allí. «Me han fastidiado bien. Yo tenía una habitación con mi estufita y mi tele», dice. La rehabilitación empieza. La tristeza y la soledad continúan. Sin remedio.

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