El drama humano de los emigrantes se ha vuelto de nuevo a poner en evidencia con la historia de los náufragos recogidos por el barco noruego «Tampa», que finalmente han sido acogidos por Nueva Zelanda y Nauru, tras el rechazo de Australia e Indonesia. Pero también nuestras costas son el escenario de naufragios y muertes en el mar de magrebíes y subsaharianos que intentan llegar a Europa en busca de un mejor destino.
El rey de Marruecos, Mohamed VI, en unas declaraciones efectuadas al rotativo francés «Le Figaro», aseguraba que es desde España desde donde salen los barcos para recoger a los inmigrantes, ya que es aquí donde las mafias son más ricas y disponen de más medios. Tal vez sus afirmaciones contengan algo de verdad, pero no es menos cierto que debería asumir que sus propias autoridades tienen también alguna responsabilidad por lo que se refiere a la vigilancia de sus costas.
La cuestión de fondo del problema de la emigración es, básicamente, la de las enormes desigualdades económicas de las diferentes regiones del planeta, lo que lleva a muchas personas a buscar más allá de su propia nación mejores expectativas de vida. Ahora bien, cuando esto se hace al margen de la legislación de los países receptores, a los inmigrantes les esperan condiciones de explotación que resultan infrahumanas y, en muchas ocasiones, incluso el rechazo social de los nativos.
Hasta el momento, los estados se limitan a echar balones fuera e intentar culpar a otros, sin tener en cuenta que la solución de todo ello pasa necesariamente por el desarrollo y crecimiento económico de los países más pobres y, para ello, es preciso contar con los más poderosos.