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El León de Belfast almorzó en Es Canyar

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No es fácil hablar con Van Morrison, ya que no acostumbra a conceder entrevistas. Tampoco es sencillo acercarse a él, y menos si te ve su guardaespaldas, un mocetón alto e irascible, que te amenaza si no te vas. Tú, claro, no le haces caso, puesto que estás en la calle y ésta no es de nadie y es de todos al mismo tiempo. Aguardas a que salga Van, siempre con sombrero, y ahora, en verano, con sombrero de paja, le haces una foto a pesar de la oposición del otro, ¡qué plasta! y el León de Belfast va, te mira, sonríe, levanta el pulgar de su mano derecha y te suelta un ¡yeah!, que es como decirte hola tío, ¿cómo estás?.

Eso nos sucedió ayer en dos ocasiones. Una, cuando abandonó la terminal de privados, y otra, cuando salió del hotel Bellver, camino de Es Canyar, donde la dueña, Cristina Macaya, y su ilustre huésped, Michael Douglas, le aguardaban para almorzar, almuerzo que estuvo a punto de irse al garete, puesto que Van, que llegó cansado, manifestó que más que comer le apetecía echarse un rato. Pero no lo consiguió, puesto que le convencieron.

Así que se fue para Es Canyar, ahora con otra ropa, pero con el mismo sombrero y con idéntico gesto hacia nosotros, a pesar de que el chico de antes intentó, ¡y dale!, echarnos de allí. El almuerzo fue rápido, pues sobre las cuatro y media de la tarde estaba ya en Costa Nord probando el sonido.

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