El Dique del Oeste reunió ayer una espectacular concentración de veleros clásicos que coincidieron en la primera alineación, en el trancurso de sendos cruceros de aventura. Se trata de los Lili Marleen, Mary Anne y Atlantis, aparejados de bergantín-goleta de tres mástiles. De bandera alemana y holandesa el último, ofrecen todo el romance de antaño a viajeros amantes de la navegación en su más genuina acepción.
Ideados a modo de fieles réplicas de sus ilustres antecesores del siglo XIX, su imagen suscita toda la magia novelesca propia de una novela de Walter Scott y es que, una vez a bordo, soltadas las amarras y al impulso del viento, nada recuerda que nos encontramos en el siglo XXI.
Bitácoras y grandes ruedas de timón labradas en recia madera, se levantan nostálgicas sobre sus cubiertas de teca, ante los obenques y bajo un intrincado cruce de jarcias. A proa, espigados bauprés apuntan al horizonte marino sobre la entrañable figura del mascarón, especialmente destacado en el Lili Marleen. Un velero cuyos interiores, revestidos en maderas nobles y decorados al estilo clásico, evoca todo el esplendor de la edad de oro de la vela.
Estos buques se destinan a itinerarios de mediana duración, cuyo atractivo reside en la posibilidad de visitar numerosos puertos cuyas reducidas dimensiones no permiten el atraque de los cruceros de masas.