Pollença se volcó, un año más, en la popular fiesta del Pi de Ternelles y revivió, ayer, una de sus tradiciones festivas más arraigadas. Ni siquiera la amenaza de lluvia de un cielo grisáceo impidió el peculiar traslado del pino desde la finca de Ternelles hasta la Plaça Vella, ni hizo desistir a los pollencins y foráneos de acudir a la fiesta. Pollença debe de estar bien con los santos porque, a pesar del cielo y algunas amenazantes gotas, la lluvia no se convirtió en nada serio y, tal y como manda la tradición, el popular pino quedó finalmente plantado en la Plaça Vella, donde los jóvenes más atrevidos de la localidad se retaron a treparlo.
Y es que la tentación no era poca. El premio por conseguir llegar a lo alto del pino eran 25.000 pesetas, un gallo y los aplausos y admiración de todo el pueblo, que, ayer, como todos los años, acudió en masa a la popular fiesta. La jornada se inició, por la mañana, con las tradicionales beneïdes de animales. Después, tal y como ya los años han convertido en costumbre, se inició la subida a la finca de Ternelles desde la Plaça de l'Almoina.
A mediodía, antes de cargar el árbol en el carro de dos ruedas e iniciar su traslado, los pollencins tomaron fuerzas con el clásico almuerzo de «pa amb oli» y arenques, una gentileza del Ajuntament. No faltaron al festín ni el buen vino, ni el popular mesclat, la bebida con la que los pollencins riegan todas sus fiestas. Y tratándose de la festividad de Sant Antoni, no pudieron faltar tampoco botifarrons y sobrassada, que siempre son buenos a la hora de llenar estómagos.
Después de la comida, se inició la dificultosa tarea de cargar el pino al carro de dos ruedas que sirve para facilitar su traslado por las estrechas calles de Pollença. Aunque la experiencia recomienda que la altura del pino no supere los 20 metros, ayer el tronco alcanzó los 22 metros. Este hecho complicó un poco su desplazamiento por las calles de Pollença, repletas de gente en todos los huecos y rincones.
Después de que el pino colapsara durante más de varios minutos la carretera de Lluc, donde la multitudinaria comitiva se paró para descansar un poco, el motor humano que, hasta el momento, había empujado el carro a trompicones fruto de la risa y las ganas de fiesta, se convirtió en una auténtica máquina. Así, a pesar de la multitud que abarrotaba las calles de la localidad, la otra multitud que se esforzaba en arrastrar el carro consiguió su objetivo sin excesivos problemas.