Han pasado muchos años desde que Biel Canyelles trabajara de sol a sol en la mina para arañarle lignito a las entrañas de la tierra. No obstante, todavía recuerda el peligro del que fue su trabajo durante más de tres décadas. «Nos metíamos en la mina sin saber si saldríamos de ella con vida, sin embargo, no teníamos miedo. Ser minero es como ser torero», asegura.
Empezó a trabajar en la mina con tan sólo 17 años. Hasta entonces trabajaba en el negocio de fabricación de tejas que tenía su familia, pero cuando en 1936 estalló la guerra que dividió en dos al país, se paralizaron las obras y se encontraron con miles de tejas en el almacén. «Entonces nos dimos cuenta de que era imposible seguir viviendo de las tejas puesto que no había dinero para que la gente se dedicara a construir casas», dice.
Fue entonces cuando, siguiendo los pasos de su hermano mayor, se metió a trabajar en la mina. Allí trabajó durante medio año, hasta que su quinta fue llamada a filas. «Cuando, a la hora de alistarme, me preguntaron cuál era mi profesión, dije, sin pensarlo demasiado, minero», cuenta, asegurando que, de haber declarado otro oficio, seguramente ahora no contaría esta historia ni viviría en Lloseta.
«Una vez alistado, me destinaron a Eivissa», dice. Allí empezó a cortejar a una chica y cuando estaba a punto de casarse, un telegrama le comunicó que lo requisaban y obligaban a volver a Mallorca para trabajar en la mina. «Nos requisaron a todos los que habíamos declarado ejercer el trabajo de mineros porque el país ya no importaba carbón del extranjero y la guerra había dejado sin jóvenes trabajadores a las minas. Ante esta falta de carbón y mineros, todos los que habíamos declarado ejercer este oficio fuimos obligados a volver a trabajar en ello».
Biel regresó de Eivissa a Lloseta casado. «Soy mallorquina por la mina», dice su esposa, Catalina Torres, junto a la que lleva más de 60 años. «De no haberle requisado, probablemente nos hubiéramos quedado a vivir en Eivissa porque ya teníamos la vida montada allí», añade.
En los 36 años que pasó trabajando en las entrañas de la tierra, Biel tuvo tiempo de ver, como dice, «de todo». «Justo el mismo día que empecé a trabajar murió un hombre aplastado por las piedras. Nunca olvidaré su cara, ni sus gritos mientras lo subían a hombros por la rampa completamente desfigurado», añade.