Ya que los internos de confesión católica de la cárcel de Palma no pudieron ir a verle, Él les fue a ver a ellos. Pero antes, éstos tuvieron que asistir a catequesis conel fin de estar preparados para esa visita.
Sucedió ayer por la mañana, poco antes de las once, tras una pequeña ceremonia que se celebró en la explanada de Son Pardo. El Crist de la Sang, transportado por los prohoms, entró por primera vez en aquel recinto. A pocos pasos, por detrás de El, iban el obispo Teodor Úbeda; la delegada del Gobierno, Catalina Cirer; el director del establecimiento penitenciario; un poco más atrás, el canónigo Llorenç Tous, que de cárceles e internos sabe mucho; y un grupo de familiares de éstos. A cien metros de la puerta de la prisión, La Sang dio media vuelta y quedó frente al séquito. Era la despedida. Desde allí haría el resto del camino acompañado por los prohoms, obispo, director del centro, media docena de periodistas y pocos más.
Minutos antes, en la explanada se había celebrado el acto jubilar, en el que se leyó el Evangelio seguido de un breve parlamento del obispo.
El párroco, y a la vez historiador de la Sang, nos estuvo contando que en tiempos pasados, el Crist de la Sang, «no éste "matizó", tal vez otro, pero Crist de la Sang al fin y al cabo, pues de la Sang salía, solía acompañar a los condenados a muerte desde la cárcel hasta el lugar del ajusticiamiento, probablemente, en un tiempo, en ses Quatre Campanes. Allí el Crist se retiraba, no asistía a la ejecución, y una vez efectuada, en las primeras épocas los dominicos y con el paso del tiempo el clero de La Sang, llegaban y retiraban el cadáver, enterrándolo en numerosas ocasiones en La Sang.