Desde el primer tercio de este siglo, y por históricas razones, los Balcanes vienen suponiendo un avispero para una Europa que básicamente los sufre porque nunca ha tenido agallas para tomarlos en serio. El fin de la Yugoslavia de Tito ha supuesto para el continente europeo el volver a reflexionar sobre una cuestión irresuelta. Guerras, conflictos pendientes, racismos inesperados, ése es el saldo que una UE sin respuesta viene encontrando en una zona suroriental, en la que la chispa siempre está a punto. Posiblemente fue Churchill quien dijo que los Balcanes generan más historia de la que pueden digerir. Sea como fuere, está claro que la región balcánica altera el pulso de un continente confortable hasta extremos que sería impensable suponer. Es por ello que esta reciente cumbre de Zagreb en la que unos y otros se han comprometido a enterrar sus querellas del pasado, abriendo una puerta al diálogo, debe ser recibida con un inicial optimismo. De hecho, hace apenas unos meses nadie hubiera dado un duro "quizás hasta un dólar" por el encuentro. La pérdida de peso de Milosevic y esa temporal pacificación del área, han contribuido al retorno de una esperanza que todos quisiéramos duradera; no obstante, no supone una gran concesión al escepticismo el pensar que estamos hablando de una situación inestable. Nos referimos a una región del mundo en la que la violencia se ha cobrado hasta hace muy poco cientos de miles de vidas humanas, y en la que también se mantienen vigentes atávicos prejuicios que convierten en difícil la idea de reconciliación. Las heridas de la guerra son tan profundas que su cicatrización resulta problemática; por otra parte, nos encontramos con un agente sanador, Europa, que no parece comprometerse suficientemente en el proceso de curación de esas heridas. No basta con que la Unión Europea brinde planes económicos que hablen de recuperación. Es necesario que se articule un plan integral en el que el Occidente europeo se convierta en un garante de la estabilidad balcánica. Ya que todo lo demás no pasarán de ser soluciones temporales para una región sobre la que hace demasiado tiempo cabalgan los jinetes del Apocalipsis.
Editorial
El viejo avispero