En el ballet clásico los bailarines parecen etéreos. Parecen quedar suspendidos en el aire cuando realizan figuras llenas de plasticidad y hermosura estética que alcanzan lo sublime a ojos del espectador entendido. En el patinaje artístico (¿hace falta añadir «sobre hielo»?) los patinadores se deslizan vertiginosamente ejecutando vistosas y elegantes cabriolas que rozan lo imposible.
Pero recrear sobre una pista de hielo un clásico entre los clásicos del ballet más clásico, como es «El lago de los cisnes» de Tchaikovski, sumándole la explosividad vertiginosa y la dificultad sometida del patinaje, resulta ser un crossover inverosímil a la par que un espectáculo asombroso.
Desde su debut en 1967 con la representación «El palacio de cristal», dirigida por Constantin Boyarski, y basada en el «Cascanueces» de Tchaikovski, el Ballet Clásico sobre hielo Estatal de San Petersburgo llega a nuestro país, bajo la dirección de Mikhail Laminov, tras más de 5.000 exitosas representaciones en algunos de los principales teatros del mundo, que le han convertido, por méritos propios, en el auténtico especialista en este tipo de espectáculos.
Entre sus patinadores destacan dos campeones olímpicos, Ludmila Beloussova y Oleg Protopopov, aunque sería injusto no señalar que la mayoría de ellos también han alcanzado importantes distinciones deportivas y condecoraciones culturales, tanto en su país como en todo tipo de competiciones internacionales.
Para el montaje de «El lago de los cisnes» en el Auditòrium, sobre el escenario ha sido instalada una plataforma rellena de agua de 256 metros cuadrados, que tiene una profundidad de 15 centímetros, y que se ha transformado en hielo tras un laborioso proceso de refrigeración de más de 20 horas. Esto implica que una representación de estas características resulte especialmente costosa, «sobre manera si es sólo para cinco días de representaciones», indica Rafael Ferragut, administrador del Auditòrium de Palma.